Preparativos bélicos, fiesta de disfraces

La guerra es aún lo más notable de la historia humana. Ha sido invocada para todos los quehaceres de nuestra especie y repudiada en esas mismas ocupaciones.

Ecuador nació para la historia hace menos de dos siglos. Su población vivió el apartheid étnico, social y cultural. No cultivó la memoria de las guerras que le dieron origen ni de las ideas-banderas que aquellas portaron. Consignas que ya no guían la voluntad de la colectividad se guardan en archivos devorados por microorganismos. No hay espacio social para esa vivencia, menos aún para asumir de los orígenes el instinto colectivo de conservación en la historia.

La composición del poder y de su representación, desde 1976, redujo la memoria de momentos estelares de la evolución nacional. La Revolución Liberal y Eloy Alfaro son iconos cuyos milagros perdieron vigencia o motivos de agradecimiento por habernos librado de semejante recuerdo.

La amenaza a los Estados latinoamericanos es mayor en colectividades que no alcanzaron a constituirse en nación ni a unificarse como Estado capaz de devenir sujeto histórico permanente.

Ecuador está repleto de dudas sobre su porvenir. Ahora siente que es objeto de control, dirección y manipulación exterior. El poder interno asegura su estabilidad con silencios y subordinación, se nutre de créditos, finanzas, voracidad unipolar, facilismo ideológico y transmisible política mundiales. Todo en migajas, vanaglorias de líderes en países atrasados.

Con esta presencia, Ecuador está involucrado en la primera guerra contra las drogas del siglo XXI.

Así aparece la mimética palabra del Estado y la tarea asignada a las Fuerzas Armadas. También la inocultable política exterior ecuatoriana dictada con mayor fuerza que la Carta de Intención. Reducir la defensa de la soberanía a la frontera norte es abrazarse del ancla durante un naufragio.

El Estado amaestrado no escapa a la inspección y verificación continua de la política mundial: «lo único que existe», según la explosiva censura de Domingo Perón destacada por sus biógrafos.

Bastaría detenerse un instante para advertir que ningún hecho social se traslada bajo las mismas formas que le dieron origen. Ni el fascismo se reeditó en las mismas formas. Antes enraizó intereses monopólicos propios o externos en el cultivo de la violencia.

En los crímenes de algunos ejércitos latinoamericanos que invocaron su democracia contra los pueblos no hubo contagio sino subordinación. Se impuso la dominación.

La guerrilla colombiana y sus diversos procesos, organizaciones y posturas ideológicas tiene raíces profundamente colombianas, inalcanzables e inimaginables para la experiencia política ecuatoriana que no superó la que lideró Alfaro. Si de algo no puede contagiarse Ecuador es de guerrilla, lo cual no niega el carácter explosivo de la situación nacional.

Klaus Nyholm, representante de la Oficina para el Control de Drogas y el Crimen de la ONU, contribuye a la comprensión del suceso en una entrevista realizada en Bogotá: «No creo que exista desplazamiento del conflicto (…) Después de todo es un conflicto muy colombiano, con raíces profundas. El narcotráfico lo alimenta, pero las raíces son la falta de una reforma agraria, que sí tuvo Ecuador. Aquí nunca la hubo», (El Comercio: 03-11-03).

La guerra en esta región no ha sido definida por quienes la preparan. Ensombrece la perspectiva de utilización fragmentada de Estados y Fuerzas Armadas andinos.

Con la intervención multinacional en la guerra civil de Colombia, la producción de cocaína y demás pasaría a laboratorios avanzados que ya ofrecen esos productos.

La modificación de las estructuras de poder de las fuerzas contendientes sería el desenlace. Esta guerra no tiene por qué escapar a la regularidad de todas las de la historia, más aún si llega a ser más imprevisible que la liberación-de-Irak.

Colombia es nación verdadera y poner bases militares extranjeras en ese territorio es más difícil que en algunos de los Estados vecinos. No solo por la presencia de agrupaciones armadas sino por la fortaleza del carácter nacional. Este fue el argumento de Colombia cuando se pretendió pasar las bases estadounidenses de Panamá a su territorio.

Sostener que una liberación-en-los-Andes sería más rápida con el uso de bombas atómicas de acción limitada es posible. Pero la consecuencia política de su potencial utilización engendraría el caos continental.

Quizás lo más grave de esta circunstancia en los Andes es no saber adónde vamos, por qué actuamos ni en beneficio de quién. Y lo que es peor, las estructuras de poder y sus mandatarios ni siquiera conocen qué intereses los guían.

Por ahora está presente el instinto pasivo de la colectividad y la inconciencia de las alturas ocupadas en el lucro creciente de su función, inconciencia apenas oculta en la permanente fiesta de disfraces a la que asisten sus solitarias palabras.