TLC Ecuador – Estados Unidos

De la calumnia o divulgación deliberada de escándalos delictivos queda el humo que oculta a la conciencia social lo que transcurre en las rieles de una política que levita en titulares de prensa y TV. No hay lugar para la estrategia nacional. Todo se reduce a la sombra que suprime la visión del porvenir impuesto al país.

Las sospechas que se levantaron como instrumentos de presión para dar paso a la reconducción de políticas y relaciones externas rebasó en mucho su objetivo y ha dejado la evidencia de la fragilidad del gobierno ecuatoriano y la permeabilidad tóxica de los círculos políticos.

Bajo esta impostura, hechos importantes van deslizándose con escasa información de espaldas a la voluntad ciudadana e incluso al margen de la Constitución Política y voluntad del Estado.

Así sucedió en el pasado con múltiples “acuerdos” territoriales, económicos, monetarios, ideológicos.

Así está en marcha un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Bastan las exclamaciones de fácil aprobación. No obstante, este TLC compromete los intereses de toda la nación.

Si se mirara la historia con la lógica con que se precipita el TLC Ecuador-Estados Unidos, parecería que en la evolución de los países avanzados se hubiese cometido el error del proteccionismo y que solo en la cúspide de su capacidad competitiva se dieron cuenta que el libre cambio era la mejor forma de impulsar el comercio propio y el ajeno.

El libre cambio no puede ser contemplado al margen de las condiciones históricas de las que nace. No se trata de aquel que en el lenguaje de su tiempo proclamó ”dejar hacer y dejar pasar”. Entonces, la sola carreta del mercader, que lograba bajar el puente para ingresar a los patios del Estado feudal, constituyó premisa de progreso. Fue el principio del liberalismo, la economía y el Estado nacionales que al fin derrumbaron los muros de ese feudo.

Más tarde, en el esplendor de las economías capitalistas, en el siglo XIX, el libre cambio se planteó en relación con el abaratamiento de mercancías para sectores depauperados y como instrumento de factores no arancelarios que cimentaban la potencialidad de algunas naciones frente a otras.

Entonces, no se impuso el libre cambio sino el proteccionismo que devino uno de los factores de diferenciación entre desarrollados y subdesarrollados. Sobre todo, porque la violencia de las metrópolis disfrutaba de amplios espacios del mundo colonial.

Hoy, el libre cambio sorprende y convoca al mundo en momentos de descomposición de las economías y Estados nacionales. Su naturaleza no puede ser leída y asumida sino desde las nuevas condiciones globales.

El libre cambio, en particular el norteamericano, no involucra la totalidad a la que alude en otras regiones: mercancías, capitales, tecnologías, descubrimientos científicos, individuos migrantes por territorios y mercados. Se reduce a mercancías. Sigilosamente ha mutado a ‘libre comercio’. Nombre con el cual realiza la modernidad de los Estados desarrollados y la paulatina disolución y conversión en objetos de apropiación de los subdesarrollados.

Una política light asume alborozada la posibilidad de un Tratado de Libre Comercio entre Ecuador y Estados Unidos, para no quedarse “atrás en la historia” ni “perder el vagón” que nos ofrece la circunstancia.

Si intervenimos, debemos exigir que en ese tratado se reconozcan los intereses de nuestra nación en conjunto respecto del comercio exterior y por lo tanto ese tratado debería ser aprobado por el Congreso. En la negociación han de intervenir cámaras, gremios, sindicatos y centros especializados de educación superior junto a la comisión negociadora del Ejecutivo.

La temática no se reduce a los aranceles. Involucra problemas no arancelarios. Abordar la competitividad es imprescindible.

La Unión Europea condiciona su integración a la contribución de las partes para reducir las brechas de desarrollo. Esto deberá demandarse, imponerse y negociarse en ese potencial tratado. Caso contrario sería expresión comercial de un nuevo vasallaje.

El componente mayor de la diferencia en la competitividad es la violencia de la deuda externa, la predisposición bélica, la oscura carrera armamentista que en nombre de la seguridad se desata en varias regiones, los previsibles conflictos que podrían tener soluciones no bélicas y que involucran coartadas de la política exterior de la unipolaridad militar.

Hemos de abordar un tratado de libre comercio con ciertas características de libre cambio de recursos y personas. Los fenómenos de la emigración no son problemas policiales, son expresión de lo que ha existido y existe: libre cambio de mercancías y personas de allá hacia acá y limitado acceso de nuestros productos y personas de acá hacia allá.

Ecuador no alcanzó a formular una política de lucha contra las drogas y tuvo que asumir el tratamiento militar de esa tragedia. Hoy advierte estupefacto los preparativos para una acción contra la cual está su disposición de paz. Pero nada puede frente a esa determinación externa por su debilidad.

De manera semejante aparece el Tratado de Libre Comercio que se aproxima como un tren a esta estación en el cual debemos embarcarnos.

Nada de esto es visible ni alcanza la dimensión criminalística del momento. Todo lo copa un escándalo, chantaje premeditado, espada de Damocles o amenaza de implicación por si pudiese haber resistencia o impugnación a esa partícula que nos obsequia el “destino manifiesto”.