Moral sin política y política sin moral

Se ha desatado una contienda, en apariencia estéril, sobre un posible enjuiciamiento por parte de las Fuerzas Armadas al diputado Guillermo Haro, quien habría distorsionado sucesos al ubicarlos en relaciones inculpables que, según la dirección de las Fuerzas Armadas, lesionan la institución.

En el Congreso se cuestiona la inmunidad del diputado y se pugna por mantenerla o levantársela, sin precisar el sentido político de estas intenciones.

El diputado Haro, obsesionado con la «premeditación» de las explosiones, las ventas de armas a algún grupo irregular de Colombia o a un país africano, insiste en mirar a través de ese cristal sin política.

El espectáculo se viste de moral por la moral. Se desvanece el ‘por qué’ que mueve tanta persecución al delito.

Otrora y aún hoy se traman silencios de lesa Patria. Se arman mayorías parlamentarias para silenciar minorías y mayorías de la población. Se apaga la visión de la soberanía, la usurpación de recursos, la desinstitucionalización.

Las Fuerzas Armadas enfrentan el uso y abuso de su potencialidad. Algunos medios de comunicación se inclinan a la producción de un ánimo social dispuesto a admitir la participación de Ecuador en una fuerza multinacional de intervención en Colombia.

La semejanza de la acusación que hace el diputado Haro con la que hizo, en su momento, el presidente Uribe va camino de su contradictoria concreción. La política del mandatario colombiano pretende convertirse en la política del Estado ecuatoriano. Lo cual sería posible, principalmente, al descerebrar a las Fuerzas Armadas. Intento presente, semejante al de las épocas del enemigo interno que degradó las armas del Cono Sur y Centroamérica.

La cuestión exige una solución que no niegue precautelar en las FFAA su función nacional que no ha de sacrificarse por «tareas» impuestas.

La apariencia de moral por la moral contiene el desenlace, oculta la reducción del papel nacional de las Fuerzas Armadas y las involucra en la alucinación antiterrorista, antidrogas y mas, lista de acciones antidelictivas que la Policía ejerce mejor.

Lo más grave sería que la «reprensión moral» (coincidente, a pesar del diputado Haro, con la política uribista) tuviese una recepción incapaz de descubrir la intención.

La dominación en Ecuador ha alcanzado su plenitud. Segregó la política y la moral y creó sus cauces: unos de moral sin política, los execrables, y otros de política sin moral, los intocables. Ambos anticorruptos. Punto de encuentro y desencuentro según los acontecimientos, para continuidad del poder.

El contencioso debilita aún más la institucionalidad de las armas y del Congreso. El interés está en un tercero.

Por esa senda, nada será comprensible. No habrá un instante con sentido de porvenir. Reclamo supremo ante el casi fallido Estado ecuatoriano. Tragedia mayor de su ser.

El poder especulativo impuso la estructuración de un sistema político, legitimado en la aprobación de la Constitución de 1978. Desde entonces, el atraso y el subdesarrollo crecen. La decapitación de la Asamblea Constituyente del 98 dejó este Estado en situación depredable. Manipulado desde fuera y descontrolado desde dentro.

La superficie de la globalización deslumbró en los primeros momentos. La apariencia de triunfo de uno de los contendientes de la Guerra Fría era tan virtual como real el fin del campo socialista. Se imponían nuevas reflexiones. Su lugar lo ocupa aún la cambiante inercia.

La imaginación de los países más poderosos previó el auge «neoliberal» y el momento sin política del mundo subdesarrollado. Entonces le ofrecieron su amputada moral como política. Los países subdesarrollados se apartaron de la orientación que habrían podido asumir, la creación de nuevos sujetos regionales, estatalmente diversos, espacios donde el drama de la cultura, la economía y las armas encontraba argumentos mayores para las negociaciones conjuntas frente al mundo desarrollado.

Se militarizó la evolución del reciente «orden» mundial. La moral sería para el mundo subdesarrollado y la política, para un grupo de países desarrollados.

Así, las Fuerzas Armadas latinoamericanas no tendrían más funciones que penales y morales. Curiosamente, el Estado y sus partidos, también. Secretos de la postmodernidad.

La inmunidad del diputado Haro no debió ser contrariada. Atentar contra ese principio –tan negociado en el pasado como hoy– es debilitar aún mas al Estado. La inmunidad servía y servirá a la política y la moral unidas.

La dignidad de las Fuerzas Armadas no está afectada por las declaraciones del diputado Haro. Lo que atenta contra ellas es la pérdida de soberanía del Estado, el Plan Colombia, el Plan Ecuador, el sometimiento a la voracidad de la comunidad financiera internacional. Nada de esto se resuelve en un juzgado.

El diputado Haro debe mantener su prerrogativa de fiscalizador y su inmunidad. Las Fuerzas Armadas deben comprender que no requieren una victoria judicial. Reconocer las determinaciones reales de las armas en las circunstancias actuales es el principal recurso para una recuperación que impida sean arrinconadas a la condición de súbditas de planes e ideologías que destruyen hasta la noción de Patria.

Más allá del individuo, siempre cabe la pregunta: moral y política, ¿para qué interés?