«De Clinton a Bush, un abismo»

El 30 de enero, El Clarín de Buenos Aires publicó el artículo de Paul Kennedy De Clinton a Bush, un abismo. El autor recordaba haber asistido meses atrás a una de las conferencias que se dictaban sobre políticas estadounidenses presentes y futuras. El ex presidente Bill Clinton era el expositor en la Universidad de Yale, donde había estudiado.

Del discurso de Clinton, Kennedy recogió una semilla de porvenir. Destacó el sesgo crítico de los «comentarios que se referían a la eterna búsqueda estadounidense de seguridad».

El conferencista no se detuvo en Al Qaeda ni en Corea del Norte. Su preocupación tenía que ver «con el largo plazo». «Según las palabras de Clinton, el desafío realmente importante para los líderes estadounidenses era crear ‘un mundo con reglas, asociaciones y hábitos de conducta en el que nos gustaría vivir cuando ya no seamos la superpotencia militar, política y económica’ del planeta.»

La idea estremeció y entusiasmó al escritor de Auge y Caída de las Grandes Potencias. Más aún hoy, cuando la conciencia de la transitoriedad del ser humano y sus obras pretende que se eleve su renovada y aún continúa presencia.

No obstante, «¿cómo se le puede ocurrir a un estadounidense pensar en un tiempo en que Estados Unidos no sea dominante?» Paul Kennedy aplaude la reflexión con esa interrogante.

«El concepto de Clinton se halla en completo y profundo contraste con (…) el famoso documento sobre la Estrategia de Seguridad Nacional de septiembre de 2002.

«En ese documento, el gobierno del presidente Bush afirmaba que las fuerzas armadas estadounidenses deberían hacer todos los esfuerzos posibles para impedir que cualquier otra nación ‘sobrepase, o iguale, el poder de los Estados Unidos’.»

Hace cinco siglos, el Gran Inquisidor advertía contra cualquiera que contrarrestara la voluntad divina o atentase contra sus guardianes. Era la respuesta a la inseguridad (la peor, dijeron) creada por el demonio.

La respuesta ha sido actualizada y es corresponsable del récord de déficit presupuestario, moral y de derecho de la administración norteamericana.

Kennedy regresa a las palabras de Clinton y se pregunta «¿Alguna vez un líder o un país de la historia ha pensado en estos términos? ¿Por qué debería hacerlo Estados Unidos?»

Incursiona en las posiciones que tuvieron en el siglo XIX, frente al destino del imperio británico, Benjamin Disraeli (1804-1881) y William Gladstone (1809-1898) El primero, «conservador y archi-imperialista», partidario de la «diplomacia de las cañoneras». El segundo, contrario a la voracidad imperial, «proponía los valores de la conciliación y los tratados internacionales.»

La disputa de los líderes británicos nacía de la interrogante de Gladstone «¿Cuál, se preguntaba, debería ser el sistema internacional ideal cuando Gran Bretaña ya no fuera la Número Uno, unos 30 o 50 años más tarde?»

Paul Kennedy ubica así el discernimiento estratégico de Clinton y previene que «nadie en su sano juicio dice que Estados Unidos ahora se halla ante su ocaso imperial…»

«Pero, conforme grandes potencias caen (Unión Soviética) y surgen (China), debemos recordar que el mundo nunca permanece inmóvil, en especial en el dominio de la política internacional.»

Así, dos visiones estratégicas debaten sobre la ‘excepcionalidad’ estadounidense.

Según Kennedy, «ambas escuelas de pensamiento tienen fallas. Una estrategia simplista de permanecer como el número uno a cualquier costo, sin considerar jamás un futuro alternativo, constituye un desprecio de la historia.»

«A menos que la escuela defensora de ‘permanecer en la cima’ realmente quiera tomar medidas preventivas, no tiene otra alternativa que aceptar que China e India se irán acercando con paso regular.»

También para el resto del mundo vale el señalamiento. Prever nuestro no-ser sería integrarnos. Resulta menos traumático que dejarnos absorber hasta la nada.

Kennedy presiente que ninguna comprensión basta sin «un reconocimiento de la fuerza constante de la ‘realpolitik’.»

No obstante, «en el balance final, sigue teniendo gran valor la idea de que Estados Unidos debería estar pensando seriamente en el tipo de orden internacional que desea cuando entren a jugar fuerzas mundiales más nuevas y su actual posición hegemónica quizá se vea modificada.

«Tal pensamiento no necesariamente debe ser negativo (por ejemplo, cómo impedir que crezca el poder de India), sino, en cambio, positivo: cómo darles más poder a organizaciones internacionales como la ONU para manejar eficazmente los conflictos, cómo modificar la composición del Consejo de Seguridad para darle mayor autoridad y respeto, cómo librar al mundo de la extrema pobreza y la desesperación que alimenta tanto rencor contra Occidente, cómo propiciar los entendimientos culturales en lugar de los profundos prejuicios étnicos y religiosos, cómo trabajar mejor dentro (y no fuera) de las instituciones globales.»

Luego sintetiza. «De vez en cuando el panorama estratégico del mundo cambia, y lo hará en el futuro. Sin que el pánico lleve a formar un círculo con las carretas, ¿no nos convendría, de vez en cuando, volver a la pregunta del presidente Clinton?»

En Paul Kennedy subyace una convocatoria, argumentar la política desde la historia y sus previsiones. De las cuales una, la propuesta por Clinton, aproximaría la voluntad humana a la manifiesta en la apariencia de azar y necesidad de la evolución, en particular norteamericana.

Sería como si el discernimiento coincidiera transitoriamente con la regularidad de la Historia, tan distante del espíritu lógico y tan cercana al caos que la incinera.