El Estado ecuatoriano cae por la pendiente de la sumisión. Ha logrado reducir el riesgo país a niveles de orgullo presidencial. La deuda externa crece y se “paga” en los términos estipulados por la Carta de Intención, «la ley», las delictivas renegociaciones y la estrechez de la propia representación.
La política social tiene nombre de impotencia, deuda social, dicen. Pretenden equipararla con la externa e inconscientemente recuperan un carácter común, ser impagables. No son deudas, son instrumentos. La primera, de extorsión de recursos; la segunda, de control social sin recursos, con los solos efectos de miseria.
La desocupación aumenta. El éxodo continúa. Los ritmos de desempleo e inflación han disminuido por degradación de la demanda y a pesar del mercado. La educación involuciona, la salud se deteriora y negocia.
La comunicación colectiva clama por más anticorrupción. El Congreso polemiza profesionalmente sobre ese misterio. La Función Judicial da fe de su unilateral y partidaria ideología anticorrupta.
El gobierno desespera por nuevos contratos. Se preestablecen victorias tecnológicas de empresas de la metrópoli. El petróleo pertenece, sin títulos, a la gravitación global encargada de su control.
Las armas premeditadamente desprestigiadas están llamadas a recuperar su valía combatiendo en el norte, con mayor “mérito” que antaño en el sur. Les han obsequiado un enemigo y 17 mil uniformes.
En el abismo nada de esto es visible.
Me declaro aliado. Obedezco, luego existo. Fue el primer paso. También será el último. La inmediatez está garantizada.
Aún las causas visibles de la caída, las que han de ocupar el entendimiento, no terminan de constituirse. Falta el ciclo más violento. Los hechos presentes son su premonición.
Se afirma que el gobierno se desmorona por «mentiroso», «traidor», «corrupto» y , por ese andar, quejas mil.
Las imputaciones implican que perdió su base social, donde al parecer no estuvo la determinación de su triunfo. Quizá tampoco necesitó de esa base, acaso apenas para vestir. No estaba destinado a producir reforma ni transformación alguna, sino a ejercer la política de su alianza.
El gobierno mantuvo y aún mantiene intactos los hilos de los que pende. Cuelga de la Estatua de la Libertad, en un momento en el cual ella está en reparación. Por eso la devoción por el Fondo, por los ejercicios bélicos en la frontera norte, el Plan Colombia y la parte que de él se desprende, el Plan Ecuador.
La comunidad financiera y el aparato especulativo inspiran y deciden en la estructura administrativa.
Internamente, el régimen es usufructuado por la asociación política y financiera más inocente de Ecuador, aunque nunca dispuesta a enterrarse con los apoyos que ofrece. A posteriori, será otro éxito de su gestión.
El gobierno se agota. Pero aún extinto podría ser movido por filamentos que manejan sus pies, manos y demás articulaciones. Un nuevo representante prestará brazos, piernas y maxilares para movimientos que simulen vida propia.
Volverá a ocuparse de delitos individuales, de potencialidades tales como que hubiese sido si no… o si sí…, todas interrogantes que excluyan reflexiones sobre el poder real que conduce al auge y caída de estas naciones.
La criminalización de la política se amontonará hasta que todo se enrede y nada se entienda.
El presente, se diría, no tiene más antecedente que voluntades individuales. La dominación no es visible, tampoco la derrota colectiva ni los dedos de los “dioses” que manejan esta caja de títeres.
El futuro vuelve a ser suceso cierto y pretérito.