En el ascenso de un sistema de poder, su variada representación polariza las opciones que ofrece al electorado y desarrolla ideas con las que han de competir sus organizaciones políticas.
En el descenso, se evidencian imprevistos enfrentamientos incluso entre amigos representantes del poder decadente, cuyas confrontaciones muchas veces han llegado a la criminalidad.
Ecuador atraviesa esta última fase. El degradado poder, que gana todo lo que el país pierde, está representado por fuerzas que no plantean el desarrollo de la nación y el Estado.
Ocultan su impotencia histórica en impugnaciones individuales, han usado una seudo-moral para arrebañar a la sociedad.
Batallas silenciosas al interior del PSC, las menos hondas pero mas bulliciosas de la ID y los lamentos finales de la DP descubren que la muerte es inevitable.
A esa trilogía se han sumado Sociedad Patriótica y otros pequeños contendores de privilegios circunstanciales.
El regreso del ex-Presidente Gutiérrez está inmerso en la decadencia y quebrantamiento de toda esa representación política. Motiva además desavenencias en Fuerzas Armadas.
Los rivales representan la misma sumisión política, practican idéntica anticorrupción, comparten la experiencia de que la soberanía radica en el poder y defienden a su soberano.
Han permanecido al servicio de una banca especulativa y de multilaterales que hoy poseen funciones político-militares y de piratería internacional. Devastaron todas las funciones del Estado.
Por ejemplo, la CSJ dejó de existir para el interés nacional en 1997. Jamás llamó la atención sobre flagrantes y monstruosos hechos de violación constitucional que permanecieron bajo su sigilo.
No existe horror mayor que esa encubridora reserva. Omertà la llaman en Sicilia.
Aquella ausencia espiritual de la CSJ fue peor que su ausencia física de hoy. Sin embargo, mirar la viga de ese proceso ya no es posible por la paja de la “Pichicorte”.
Ese andar aconteció en todo el Estado.
Así, en ocho años, el Congreso convirtió en “constitucionales” tres golpes de Estado.
Lo mismo podría afirmarse de la sordo-mudez partidaria ante la desintegración de la soberanía, usurpación de recursos financieros, del suelo y subsuelo, sepultura de símbolos de la nación, alienación de nuestras armas, distribución premeditada de la ignorancia.
En la discordia de esta representación, todos callan sobre la política común que comparten y disimulan.
Convierten el aniquilamiento del Estado en cuestión de moral individual, suprimen la inculpación política y visión del poder.
El nivel de la confrontación que se avecina podría aminorar la susceptibilidad de la arrebañada sociedad y elevar su sensibilidad, percepción y comprensión del problema.
La enemistad en el seno de la anciana representación –repleta también de jóvenes- busca crear otra polaridad que reinicie el ciclo de la misma dominación.
Este fenómeno podría terminar con el propósito, aún sin protecciones, de la Asamblea Constituyente.
Si sucediese, la próxima lucha política será entre la nación y ese poder.