Madrid volvió a ser espacio de terror, de dudas y sospechas espeluznantes.
Socialmente y tan solo durante los primeros momentos, la sangre que se derrama oculta causas y armas. Así sucedió en ésta y en otra España -otra de tantas que hay en la Historia-.
Aún viven testigos del terrorismo de la guerra civil. Quinta Columna fue su último nombre o quizá Francisco Franco. El horror fascista se simbolizó antes. Guernica dejaría de ser solo ciudad del país vasco para constituirse en la mayor denuncia del terror usado para derrotar a la República.
Ahora, cuando España había sido involucrada en una guerra terrorista contra el terrorismo, Al Qaeda reivindicó la matanza del 11 de marzo en Madrid, 911 días después del 11-S, masacre vinculada a la destrucción del pueblo palestino.
Un sector de medios TV, voceros del eje del bien, habían «protegido» al espectador de las horripilantes imágenes de la invasión y destrucción de Irak. Optaron por la contemplación de lo admirable: tecnología de punta, precisión de disparos, excelencia en la destrucción del blanco, luces de la liquidación nocturna, espectáculo de búsqueda del mal en ciudades, poblados, palacios, museos, hitos de la historia.
Anteriormente, en Afganistán, las operaciones bélicas sembraron cuanto mas el bien. Los afganos comparecían como humanoides sin sangre, igualmente los iraquíes. Se trata de liberaciones casi incruentas, según esos medio-voceros.
Pero el 11 de marzo, la tragedia en Madrid fue aprovechada por la hemoglofilia de la TV, vocera del bien. Fueron 72 horas de sangre en pantalla y de esfuerzo por demostrar que ETA había provocado el acto de terror, no las reacciones a la violencia imperial.
Nada debía relacionar el hecho con el apoyo del gobierno de Aznar a las guerras de liberación del gabinete de G. W. Bush.
Los jefes del Partido Popular pretendieron sublimar la mentira. El apremio de Bush, Blair y Aznar resultó tardío. Pronto quedaría descubierta la intención al imputar una falsa identidad y autoría al 11-M.
La lluviosa noche del mismo 11, la muchedumbre salió a la calle y mostró un cartelón que estremeció a España. El relámpago partió las tinieblas.
«¡Aznar, tu guerra los mató!»
Síntesis que solo los pueblos crean.
«En la identidad de los terroristas hay políticamente mucho en juego», fue la develadora comprensión de The New York Times citado por El Periódico de Cataluña (14 de marzo de 2004).
Las elecciones del domingo 14 lo ratificaron. El PP perdió mayoría absoluta y gobierno. El pueblo no le creyó. Triunfó la oposición. El PSOE no tuvo un discurso festivo. Su disposición a combatir el terrorismo y desarrollar la democracia incluyó una palabra que ha sido arrinconada en el mundo: Paz. Y confirmó el regreso de las tropas españolas de Irak.
Un miembro de la coaligada trinidad ha partido. Bush y Blair caminan a igual desenlace. Están acusados de mentir, manipular información y presionar por pronunciamientos favorables al uso arbitrario de la fuerza.
Europa ha ganado, será distinta y podrá aproximarse al sujeto político que pretende ser. La palabra de España en América Latina será propia y mejor.
Incluso, Estados Unidos encontrará en el triunfo de España un factor externo que apoye la tendencia a superar este fatal momento de su política.
El derecho internacional podría resucitar para transitar al derecho global que la humanidad demanda.
Los actos de terror del 11-S y 11-M quedarán atrás desde un espíritu democrático que no practique el terrorismo y se plantee la superación de conflictos reales y limitaciones del presente.
El 14 de marzo por la noche, conocidos los resultados de las elecciones, frente a algunas delegaciones españolas se añadió un texto a las condolencias: ¡Gracias España!