Por una Política de Paz

Ninguna política requiere tanto estar precedida de un continente mayor como la política militar. Al margen de un objetivo nacional, ésta es solo recurso, casi mera táctica de intereses ajenos.

Cuando un Estado es despojado de funciones soberanas, la táctica militar ajena pasa hasta por estrategia propia.

En Ecuador agoniza la soberanía. Agonía manifiesta en el alienado manejo estatal de la economía y en la pretendida manipulación militar sujeta a los vaivenes del Plan Colombia.

Un ojo de la política exterior está parchado de neutralidad y a través de él se presume observar el Derecho Internacional y la defensa de la soberanía nacional. El otro es de vidrio opaco. Mal de cancillerías en tiempos de guerra.

Su astuta y subordinada retórica no alcanza a ocultar lo que no ve. La ceguera presagia cruentas relaciones de Ecuador con su «neutralidad».

El descriptor de lo que realmente se le asigna al Jefe de Estado ecuatoriano es Uribe -o el Jefe del Comando Sur-.

Es tan hondo el involucramiento militar que ni siquiera son pensables las alternativas pacíficas; se prepara, proyecta y preconcibe solo variantes bélicas.

El Tiempo de Bogotá, citado por El Universo (19 de Marzo de 2004), informaba que “Gutiérrez le ha solicitado a Estados Unidos un Plan Ecuador con el objetivo de controlar el eventual contagio”.

El Comercio (20 de Marzo de 2004) comentaba que “La existencia de la matriz de seguridad, que detalla unas 200 actividades militares frente a repercusiones del Plan Colombia en el país, elaborada en coordinación con el Comando Sur de EEUU le era totalmente desconocida» [al comandante general de la FAE, Angel Córdova]. A pesar de que esa matriz, según la misma crónica, «con sus puntos medulares fueron discutidas entre militares del Comando Sur y oficiales de nivel medio ecuatorianos, el 14 de enero en un hotel de Quito”.

Los hechos muestran el pantano donde yace la soberanía y su institucionalidad.

En los antecedentes del conflicto colombiano está la descomposición del Estado, la degradación social -y del poder- como efecto de la expansión del subdesarrollo, la solución militar a la coartada de la droga y cierta arbitrariedad unilateral de la superpotencia.

No se enfrentan buenos y malos. El maniqueísmo en la visión de Colombia está tejido con hilachas del Derecho Internacional.

Quedan cabos sueltos. Colombia quiere que el gobierno ecuatoriano reconozca en alta voz lo que en la práctica cede. El gobierno ecuatoriano quisiera que Colombia entienda que en este caso las palabras sobran.

Por ahora, la «prudencia» y los hechos bastan. James Hill, jefe del Comando Sur, comentaba como si hablase de sus soldados “estoy muy orgulloso de las Fuerzas Militares de Ecuador” (Idem, 14 de Marzo de 2004). El motivo lo explicaba una semana antes Miguel Díaz, experto en temas sobre la relación Casa Blanca-América Latina, «a Ecuador le da brillo ante Washington la ayuda dada contra la guerrilla».

El testimonio superior lo ofreció Alvaro Uribe, con motivo de la condecoración al Presidente ecuatoriano: “Usted ha librado una lucha popular y democrática (…) en tan poco tiempo (…) hemos superado obstáculos, hemos encontrado gran colaboración para poder enfrentar problemas, problemas como el terrorismo…” (Idem, 17 de Marzo de 2004)

Una cruel estratagema suprimirá velos y aproximará lo que se dice y lo que se hace. Será un torrente de atentados en el momento oportuno. El miedo guiará sentimientos, dramatismo y marchas hacia la frontera. Además, hay prisa o compás de espera, no se sabe, en noviembre las elecciones en EEUU modificarán el mandato.

Sin embargo, si el Plan falla o si tiene éxito -en cualquier caso, antes de la tragedia- aún cabe un ejercicio de libertad y lucidez de la experiencia social. Debería convocarse a los Estados colindantes e involucrados a intentar una solución no bélica de la guerra civil colombiana.

Para ello, se ha de plantear una política de paz, tratar y elaborar en conjunto una resultante que contenga los intereses de los contendientes y la paz de la región.

A pesar de las circunstancias, esta vez no hay solución militar.