Si no cuestionan al poder, la crítica a la política económica y la moral sin política aportan, circunstancialmente y a pesar de sí mismas, vitalidad al sistema que impugnan. Evalúan a dirigentes del Estado y oscilan entre el descrédito y la inestabilidad. La falta de gobernabilidad termina siendo el problema.
Ello ofrece una temática hipotéticamente técnica. Casos concretos y soluciones se incorporan en un torrente del deber ser que va hacia la nada.
Entre los objetos de fervor está la tragedia económica sin mas vínculos que los intra-estatales. No se observa la trama de relaciones externas que prevalecen al interior de sus fronteras.
Airadas descripciones, generalmente sin política, señalan el espectáculo desastroso del despojo económico, sin entrever las fuerzas que determinan la administración del Estado.
Cúpulas eclesiásticas que anidan en las estructuras de poder usan búsquedas de política social sin política. Aportan caritativas intervenciones en favor de los pobres, financieras y bancos apolíticos.
El tiempo ha vuelto a ser especialmente dramático en el quehacer de las Fuerzas Armadas. Ya no la nación sino el invisible poder define su palabra y su aptitud de apuntar al blanco (el enemigo de moda).
Movimientos, líderes y agrupaciones políticas han arribado al extremo de no poseer política ni ideología alguna. Satisface mas una letanía anticorrupta o la contratación de obras que devienen atractivos electorales para suprimir la necesidad de la crítica.
Los escenarios políticos se asemejan a tribunales del crimen. Fiscales, perseguidores, acusadores son sus paradigmas. Visten colores penales y aprueban requerimientos mínimos en cualquier función del Estado.
La manipulación ideológica es tan eficaz que resulta posible invertir el drama que exhiben como discurso económico, moral, administrativo, militar —todo sin política— para practicar una política toda sin moral, administración, ideología, ni mas principio que el de este mercantilismo tardío. Degradación que no se atreve a invocar lo que practica. Aquí, «nadie gana más que lo que otro pierde»: “otro” es el Estado y (desde él) el conjunto de la población. “Nadie” es el poder.
Una lluvia de temores, supersticiones y tinieblas intimidan y sobrecogen a las masas, encadenan y controlan la sociedad. El alma pende de un hilo, tiembla y se hiela incluso en el trópico. El país entero se recoge para caber en el puño del poder protector. Se querría producir el pueblo más cobarde.
Basta creer que las cosas son así. La política se trata desde la fe.
A veces, mandatarios y mandatos parecen haber sido concesionados. En los límites de su ausencia ejercen cualquier tarea sin administrar ni conocer nada. Son partículas de glorias inertes, elegidos para ser vestidos y revestidos, reverenciados, cantados, alabados y obsequiados, invocados para cada solemnidad. Cuidados y honrados por soldados de todas las armas. Podrían pasar la vida mirando desfiles. Fotografiándose. Filmándose. Pero deben asistir a celebraciones, a ritos que los consagran ejemplares honoris causa.
No necesitan pensar sino estar. Son transportados en un rígido estanque de modales muertos. En posturas de estatua solemnizan favores que les abrillantan.
El poder real está mas allá de esa liturgia secular. Basta una tentación para que los elegidos entreguen el alma propia y la de los gobernados, con indudable destreza.