Michael Moore o el irrefutable testimonio

El cine aporta momentos prodigiosos de sus funciones, da testimonio de épocas y desata factores de la imaginación y la conciencia.

Mutatis mutandi, en esa misma función dos adelantamientos estéticos destacan de su tiempo el límite en la historia: Serguei Einsestein (1898-1948) y Michael Moore (1954).

El primero sintetizó en imágenes un torrente de muchedumbres que inauguraron el siglo XX. Einsestein tenía ante sus ojos masas que estremecerían el espíritu humano.

El segundo redescubre en el testimonio individual la metáfora de la dominación. Descifra el síntoma, el crimen, la tragedia y su moral. A un siglo de las muchedumbres de Einsestein, abre otra ventana, la del intermitente y terrorífico mundo de la apertura del siglo XXI.

Moore explora un filón estético, lo irrefutable del suceso en la condición del hombre y la mujer común. Junta reacciones, no actuaciones, que develan el poder.

Sus dos grandes producciones, Bowling for Columbine y Fahrenheit 9/11, extraen del fondo social el ropaje y palabrería que lo dirige. Queda el interés descarnado, espeluznante.

Fahrenheit 9/11 es título que sugiere calentamiento global, no desde la destrucción de ecosistemas y medio ambiente, sino por la desmesura y desequilibrio en que se reproduce la estructura que gobierna el mundo.

Brota al interior de Estados Unidos la posibilidad de reprochar las alternativas de la autoridad, sojuzgamiento o autodestrucción. Antes se lo hizo disimuladamente, se ejerció el análisis del poder en la condena a la mafia. Frente al maccarthismo, el teatro fructificó en Las Brujas de Salem de Arthur Miller. Incluso la ciencia debía ocultar la analogía con la política, su censura fue potencial y oblicua.

Michael Moore nace de las entrañas de la sociedad estadounidense, del desprecio y capacidad de interpretación de las apariencias forjadas, de su extraordinaria valoración cuando atañen a los efectos económicos, políticos y militares que las crean. El mismo es consecuencia particular de expresiones de la política de las armas.

Todo esto no habría sido suficiente para que se manifiesten palabras e imágenes que Moore condensa, si al mismo tiempo no se hubiese superado la Guerra Fría. Superación que tuvo por antecedente el fin del Socialismo Real, la vetustez imperial del sistema político norteamericano y el principio del fin de las libertades individuales en Estados Unidos.

En medio de la conversión del miedo en ideología, nació el rostro de la resistencia y el entendimiento para anticipar la mortalidad de un imperio.

La deificación del miedo es el asedio mayor a la nación norteamericana. La administración de George W. Bush puede realizar en nombre del terror su voluntad.

Michael Moore es concreción de una fecunda idea que recogiera John Kerry para su nominación demócrata a la Presidencia: no ha de ser el miedo el que nos organice, sino la libertad.

Se añaden multiplicadores de millones de Michael Moore y una idea de la experiencia decantada de Bill Clinton: Estados Unidos debería contribuir a la organización de las relaciones internacionales pensando en el momento en el cual ya no sea el imperio que es.

El fin del relativo acriticismo interno en Estados Unidos, la posibilidad de un pensamiento transformador y el reordenamiento de fuerzas que está iniciando esa nación podrán desembocar en otra orientación del Estado.

Una distinta posición de EEUU prevista por la crítica de sus políticos, filósofos y artistas esta presente en el guiño que Moore hace a la historia.