En el esplendor de las conquistas de Hitler, uno de sus temores creó y multiplicó los campos de concentración.
El trabajo os hará libres fue lema y arenga en guantánamos y abu graibs de entonces. El fascismo arrastró a los extremos la condición física y moral del cautivo.
Cuántos días podían soportar robustos y frágiles prisioneros sin dormir. En el experimento enloquecían, desfallecían, agonizaban hasta que despojados de toda respuesta y agotada su vigilia, fugaban de la vida. Los investigadores heredaban pertenencias útiles, anillos, zapatos, dentadura, órganos.
¿Cuál la mayor y menor temperatura en la que el cuerpo humano mantenía la vida? Los casos oscilaban. Al fin, morir de frío o de calor era fácil. Se elaboraron informes «de laboratorio» sobre otros mínimos y máximos a los que se arribaba. Millones escaparon por la muerte.
Se probó la resistencia al ruido, a la sed, luz, dolor, fuego, gases, electricidad. La brutalidad e inclemencia fue semejante a la de esta hora, solo que entonces concluía con reportes «especializados». En la actualidad es parte de la ferocidad que aterroriza, de genocidios demostrativos de la superioridad técnica, militar y mediática de la fuerza dominante.
En la «guerra del XXI» el objetivo es directamente el control de recursos del país liberado. Luego viene la reconstrucción material y espiritual con las empresas del liberador y, a la par, la terapia de la democratización.
Antes se establecía jerarquía entre razas y culturas. Hoy, además, se evalúa la «dirección correcta» de Estados y civilizaciones cuya historia y obras se destruyen ante los desorbitados y estupefactos ojos del mundo.
En aquella época del Eje estaban en embrión los principios del Derecho Internacional, mas aún los Derechos Humanos y Humanitario que se crearon en la segunda posguerra mundial. En los ejércitos vencedores no había memoria de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, tampoco de los Principios de la Liga de las Naciones de la primera posguerra mundial. El imperio que debía vivir tres mil años se regía por la norma exclusiva de su voluntad.
A comienzos de este siglo XXI, la práctica antiterrorista asumió saberes del fascismo y la Inquisición: el delito de pensamiento, la guerra preventiva, la liberación forzosa, la división entre ejes del bien y del mal. Para colmo, creó la noción de combatientes ilegales para ejercer el terrorismo de Estado y desconocer el derecho de guerra y de paz, para constituirse en fuerza sin marco legal que la regule.
Basta un detalle que nos ofrece la agencia EFE: «Médicos militares de EEUU fueron cómplices de las torturas que sufrieron presos iraquíes (…), según la revista científica británica The Lancet».
El estadounidense doctor Steven Miles reveló que «varios presos murieron a causa de las palizas y los traumas físicos y mentales». Citó casos que individualizan el contenido de la tragedia que el mundo condena: «un preso con una pierna rota pidió a un doctor poder utilizar muleta, fue golpeado en esa extremidad y se le ordenó renunciar a la fe islámica. Otro pidió que se le inmovilizara un hombro herido y se topó con que los guardias lo colgaran de la misma parte afectada».
Sin la presunción «científica» del fascismo ni el providencialismo inquisitorial, se ha usado la tortura como aterrador método de interrogación: «… se permitió que guardias sin preparación médica cosieran las heridas a los torturados y se pusieran catéteres a cadáveres para hacer creer a los miembros de la Cruz Roja que aún estaban vivos». (Hoy, 21 de agosto de 2004)
En estos campos, los galenos transforman la muerte por acción del terrorismo de Estado en muerte natural o disfrazan a los muertos de enfermos en cuidados intensivos.
El oficialismo ha disimulado esa técnica. Superará en genocidios al Santo Oficio y el fascismo. Maquilla sus armas. Sin embargo, todo identifica la naturaleza, crueldad e inconciencia de aquellos tiempos con estos tiempos.