El auto de nulidad procesal en los juicios contra Abdalá Bucaram, Gustavo Noboa, Alberto Dahik y otros, dictado por el presidente de la CSJ, Guillermo Castro Dáger, es decisión cuyas consecuencias no se detienen en los encausados. Deviene hito que marca el fin de un período en la utilización de la función judicial y en la evolución de una empequeñecida política. Aunque, su sentido, dirección o reversibilidad aún no son perceptibles.
La Corte actual despertó y exasperó ánimos sobre un peligro, la política judicializada que durante mas de siete años había sido ocultada por enmudecidos beneficiarios. Algunos de ellos líderes de protestas contra el uso político de la función judicial a partir del último 8 de diciembre.
La CSJ 1997-2004 y la institucionalidad de control estatal no se percataron de su condición de instrumentos de políticas no-nacionales, pero sí de su papel de dirimencia parcializada en las confrontaciones de la representación política.
Las funciones del Estado –de espaldas a su descomposición– no advirtieron enormes imposturas de modernización ni la suplantación legal, incluso de artículos en la Constitución del 98. No entendieron la estrechez del presidencialismo que ella amparaba, tampoco vieron textuales escudos y atribuciones bancarias tales como la piramidación que constituía un delito penal. No percibieron las concesiones de la soberanía, menos aún las del Código de Procedimiento Penal que presumía inmunidades a militares extranjeros en nuestro territorio y mas, mucho mas.
El porvenir de Ecuador podría ser cualitativamente distinto si el Estado asumiera política nacional, principios de derecho internacional y eficaz amplitud en la representación de intereses sociales y regionales.
No es una Corte distinta ni otra mejor lo que resuelve la obsolescencia en el seno de una vieja política.
Grandes juicios en la Historia tuvieron como invisible reo al público vituperante, encadenado a la ejecución y al condenado. Allí se mutiló incesantemente la percepción humana, el porqué de sus ideas y circunstancias. Hoy es igual, por otros medios.
Un sistema estatal y político reordenado gestaría preocupaciones por el presente y su mañana, por una opinión pública que nutra la conciencia colectiva, por métodos y objetivos con sentido práctico de análisis y relaciones, donde interactúen pensamientos e intereses distintos.
La violencia debe desterrarse de todo propósito, para que cuando resulte inevitable sea fecunda y no el simulacro estéril que la moral sin-política reviste o que la política sin-intereses encubre. Premisas permanentes de elites “superiores”, maniqueas, antesala de desechos gobernantes.
Las alianzas admisibles en paquetes ideológicos previos se fisuran y reubican. Ahora son imprevisibles. Un reordenamiento social incluso a partir de la reflexión pretendería escapar del entrampamiento del último período.
Aún estamos lejos de la visión del poder. Apenas se ha abierto la posibilidad de imaginarlo.
Lo mas grave no son los hechos que están en escena sino la miopía de los ojos que los contemplan.