Cumbre árabe-sudamericana

Una parte del Sur de la humanidad se predispone a reconocer, influir y predecir algún matiz en el destino humano.

Hace 60 años terminaba la Segunda Guerra Mundial. Pesadilla de un imperio que iba a durar mil años. Subsistió seis y fue monstruoso.

Superioridad nacional, prepotencia étnica y cultural, artículos de fe en masas presionadas, monopolios bélicos de la industria y la política se habían juntado para desatar la guerra hasta consumirse en la capitulación del 9 de mayo de 1945.

Quedó la ilusión del fin del fascismo y la codicia imperial. La paz sería algo mas que un grito de angustia. Se la representó en el equilibrio de fuerzas y, a veces, en estrategias de desarme global. La humanidad no se amenazaría más a sí misma.

Momento maravilloso. Creó su institucionalidad y la moral llamada derecho internacional, estructuras multilaterales que regirían inversiones, monedas, solución pacífica de conflictos, fondos reductores de brechas de desarrollo.

Renació el Norte consolidando vínculos septentrionales y estableciendo la bipolaridad, premisa de la guerra fría que concluyó en 1989.

En el curso de estas seis décadas, armamentismo y conflagraciones locales de variada intensidad o espectacularidad han producido más victimas y destrucción biológica que las dos guerras mundiales del siglo XX.

De la segunda postguerra aún preguntamos qué sucedió luego de la derrota del Eje. Qué con las discriminaciones infinitas, las crecientes guerras limitadas, la manipulación de conflictos. Qué con la destrucción del hábitat, los ecosistemas y la acallada poda de la especie humana.

Aquella victoria contenía la inercia de muchos aspectos propios de las guerras mundiales y que azuzan hasta el presente.

La división geopolítica en Norte y Sur supuso un Norte integrado en relaciones militares económicas, culturales, políticas. Mientras el Sur subdesarrollado, sumergido en la verticalidad de la dominación aparece desintegrado en partículas aisladas y caóticas, donde no basta la consagración al crecimiento del espíritu ni la inmolación en nombre de la liberación.

Entonces se vuelve al principio, al intercambio. Latinoamericanos y árabes se evocan para caminar hacia algo común. Por ahora se trata del comercio, turismo e inversiones. Aunque abundan diálogos sobre el derecho a la resistencia ante la ocupación extranjera en el marco del derecho internacional humanitario.

Lo común, que la humanidad no se incline jamás ante ninguna institución que pretenda estar sobre ella y la significación de la vida.

La primera reunión en Brasil de Presidentes y Jefes de Estado reinaugura un cauce que podrá crecer y prolongarse. Seres humanos que aspiran a no ser mas condenados de la tierra.

Latinoamérica posee mucho de los árabes y ellos, de nosotros. El intercambio será de mercancías, donde se plasma el trabajo e inevitablemente otras dimensiones de la experiencia para ser más ricos y mas libres.