El huracán tuvo efectos desastrosos. El drama que desde su inicio provocó, no ha concluido con el fin de la tormenta. Quedan heridas abiertas, el dolor que desencadenó y una política develada.
La devastación en zonas de Alabama, Misisipi y Luisiana se agravó y simbolizó en Nueva Orleans, ciudad construida bajo el nivel del mar, habitada en alto porcentaje por la pobreza, la discriminación racial y la memoria de la esclavitud, cuyas huellas aún no están definitivamente superadas.
Katrina mostró que los 14.000 millones de dólares que costaba actualizar los diques hubiese impedido tamaña calamidad. Entonces, el índice costo-beneficio “no aconsejaba” la inversión. Esa suma ha sido lo que en la actualidad la administración Bush gasta cada mes en Irak.
Katrina dejó al descubierto algo mas grave: la política social del país mas rico del mundo, que vive de su producción y la explotación de recursos en todo el planeta, tiene un retraso semejante al del subdesarrollo.
Es probable que también haya mostrado la no extraña presencia de signos de desmoronamiento en la administración norteamericana.
La decadencia de los imperios que fenecieron comenzó siempre en la cumbre del éxito con las armas de destrucción masiva. Cenit para conquistar recursos, naciones, pueblos y someterlos a la reproducción de un modo de vida que fue invariablemente premisa de una prolongada agonía.
El desbalance entre esa fuerza que determina al Estado, la bondad de su pueblo y la capacidad creadora de sus pensadores, filósofos, artistas, teóricos, escritores no es correspondiente.
Además, el extraordinario despliegue tecnológico, científico y potencial de innovación técnica, condición del mas rentable proceso productivo, de por sí no es –como no lo ha sido en el pasado- garantía de distribución justa de oportunidades que una economía tan expandida podría ofrecer a su población.
Intereses del poder estadounidense privilegian en el Estado los instrumentos de guerra y subordinan la administración a ese ámbito que incorpora el control de numerosas élites políticas en el mundo.
Katrina ha dejado al descubierto una trágica muestra con la situación social de la población afectada.
La prensa norteamericana señala la existencia de un submundo explosivo que podría estar en espera de otro huracán hecho no solo de esos dioses antiguos, el viento y el agua.
Es obvio que el problema no se circunscribe a la estrechez que tiene la administración Bush para entender a su país y “al resto”. El llamado de atención cuestiona relaciones sociales, distribución y posibilidades por las cuales debe velar el Estado.
La brutalidad discriminatoria, incomprensión e imprevisión que esta vez se advierte en Estados Unidos constituyen la misma ideología que conduce las hazañas bélicas de esa administración.
Katrina, dice la prensa norteamericana y europea, se refugia y atormenta desde la política interior y exterior del presidente Bush.