Potencialidades del SÍ

El SÍ es de los pronunciamientos electorales el más complejo de la historia de Ecuador. Su estructura posee diversas motivaciones colectivas.

Está presente el repudio a un sistema político que destruyó al Estado ecuatoriano. Sistema que no puede pronunciar algunas palabras: soberanía, patria, moneda nacional, integración sudamericana. Sistema que renunció a reconocer la verdad del fracaso en la delimitación territorial de octubre del 98, reconocimiento imprescindible para el crecimiento del espíritu nacional.

El sistema hizo del derecho un simulacro, sus políticos fueron autores, coautores, cómplices y encubridores de tres golpes de Estado constitucionales, los tres bajo la techumbre de las funciones del Estado.

Ese sistema urdió una red monopólica de empresas que se convirtieron en concesionarias, autorizadas, contratistas, triunfadoras de costosos concursos y licitaciones, swiss challenge y mas. Anuló el funcionamiento de los organismos de control. Fue cómplice de la destrucción institucional que instrumentaron las multilaterales con el endeudamiento, usa el cristianismo como eslogan de sus partidos, desconoce la globalización a la que no es posible integrarse desde la sumisión o la aceptación de la destrucción del Estado.

El SÍ sintetiza la impugnación a esa decadente red de partidos políticos, eso que comúnmente se denomina partidocracia, servidumbre del poder que reina desde 1976.

Otro componente del SÍ vincula la necesidad de restablecer un Estado de derecho con una acción moralizadora contra las pérdidas que añadió la corrupción y que considera necesario recrearlo en un marco jurídico que garantice pluralidad ideológica e independencia de funciones.

El SÍ concuerda en proteger un destino de paz con una administración estatal que responda al interés nacional, que no admita los propósitos que impulsaron el paso de las Fuerzas Armadas de la frontera sur a la del norte.

El SÍ reclama fortalecer las demandas de integración en UNASUR para resistir con mayor fortaleza desbordes bélicos de nuestro tiempo, participar en otra dimensión de la salida del subdesarrollo y tener palabra en el destino humano.

Todo esto supone políticas y conducción nacionales respecto de las armas, las drogas, el ordenamiento internacional y la materialización de los programas de las naciones sudamericanas.

El SÍ tiene en común la necesidad de un Estado soberano, no enajenado ni instrumento de intereses que recrean el subdesarrollo.

Otro componente del SÍ fue viable por la elección presidencial de Rafael Correa, continente en formación de un nuevo proceso histórico en el que se plasman requerimientos nacionales, sudamericanos y mundiales. También contiene en ínfima magnitud objeciones de un sector del poder que recela tener que enfrentar el tránsito de su separación de la conducción del Estado.

Al poder le resultó fácil adecuar un sistema político en la Constitución del endeudamiento en el año 78, momento de su ascenso. Hoy, en 2007, momento de su decadencia, defender su permanencia podría imponerle desatar medios violentos. Su proceso está agotado. Eso intenta enmascarar cuando fabrica representaciones inmersas en el cambio generacional.

El extremado despojo material y espiritual de la nación erigido sobre la inmadurez de clases y la debilidad de sus organizaciones dificultan producir una representación que unifique tan compleja condición social. Sin embargo, se abre paso cierta irreducible necesidad en la subjetividad colectiva que fue manejada y reprimida de manera brutal durante tres décadas.

Se gesta una nueva comprensión de la concertación en el seno el pueblo y su diversidad. Con el poder que se degrada solo cabe la ruptura.