Para el golpe de febrero de 1997, un sector mediático vinculado al poder alcanzó el cenit de eficacia y protección. Era líder exclusivo de la comunicación colectiva.
En ese año, el poder contaba con partidos políticos aún íntegros, aunque desprestigiados. Mantenía eficacia para ocultar la significación de su presencia. Fue el último momento en que los partidos protegieron a ese sector de medios como fuentes directrices del quehacer golpista.
En ese año, se convocó a una Asamblea «Constitucional» para mantener el disfraz del golpe y otros quehaceres del gobierno que se «eligiera» en 1998.
Para el 2000, los medios vinculados al poder son arrastrados por una clamorosa impugnación social al gobierno de Mahuad. A la participación de Fuerzas Armadas se añadió la concepción que las multilaterales tenían de Mahuad como desechable.
El 21 de enero había sido, hasta la medianoche, movimiento de una asonada armada e indígena con gran aprobación social. Desde los primeros minutos del 22, operaba el golpe de Estado con la participación constitucionalizante que públicamente requirió el Departamento de Estado. El Congreso Nacional reunido en Guayaquil legalizó el golpe, lo cual embriagó de legitimidad a sus actores.
El 20 de abril de 2005, los partidos habían descendido varios peldaños. Una perceptible fisura en los medios de comunicación afirmó el golpe. El Congreso deteriorado lo constitucionalizó.
En las Fuerzas Armadas había surgido cierta reivindicación institucional por la sustitución del mando estatal. Coronaba el descontento la extremada sumisión del gobierno a demandas de política internacional que impugnaban el pueblo y un gran sector militar.
La presencia de los medios alternativos comenzó a jugar un papel. Se constituyeron en instrumentos de agitación social, al extremo que -bajo las ventajas del espontáneo desenlace social- podían ser oídos a pesar de los grandes medios.
Fue el último golpe en el cual multilaterales, bancos y medios contaron con la protección de sus partidos políticos.
Hoy, esos partidos políticos han caducado. La ciudadanía percibe que ha terminado su tiempo, aunque en el tránsito hacia otros partidos el tiempo recién comienza.
En ausencia de ellos y de Fuerzas Armadas, aún al margen del golpismo impopular, un sector de bancos y sus medios se ven obligados a sustituir a dichos partidos y a exhibir intereses.
El miedo es a la Asamblea Constituyente, sobre la cual mantienen una potencial representación en ascenso. En caso de que no sea victoriosa, desde ya cuecen violentos estados de ánimo para el desenlace previsible.
Mientras tanto, la fisura en el mundo mediático se acentúa. La vinculación entre banca y medios de comunicación se cuestiona con más fuerza. Se ven forzados a invocar concepciones muertas.
Enfrentan el desgaste del triángulo de poder que integran. Multilaterales que antaño podían actuar desembozadamente por el golpe, hoy no lo pueden hacer igual por el desprestigio de su relación con América Latina.
Para colmo, el fracaso de la política de los gobiernos vecinos no ayuda a las subordinaciones que antes se aplaudían.
La banca y sus medios actúan en condiciones adversas a su pasión por el golpe que de iniciarse no sería tan constitucional ni tan incruento.
Por ahora, el manejo de prejuicios articula la histeria incipiente de la comunicación, refleja miedo al futuro, a no poder reproducir el pasado.