La Asamblea

La Asamblea podría ser un rayo que parta en dos la historia, la simple continuidad de una cronología o el borde de una quebrada que la requiera como puente para seguir el camino.

La Asamblea sería el penúltimo espacio de búsqueda del interés nacional y su racionalidad imprescindible para no sepultar definitivamente el Estado.

A priori, está en marcha la seducción electoral frente a la intuición colectiva. Las opciones más relevantes están en pos de un cambio leve del poder o la continuidad remozada de lo mismo. De estas opciones se desprenden decenas de diferentes propuestas.

Tres décadas de desintegración del Estado lo vaciaron, al extremo que su presencia es la de un Estado ausente, incluido el sistema político que representó ese pantano financiero en que se estancó la historia ecuatoriana.

El poder devoró a sus representantes. Para ocultarse redistribuyó el diagnóstico del mal, la corrupción. A poco de 1999, sacrificó a algunos socios y a la mayor parte de su sistema político. Su ideología de control había sumado espontáneamente a nociones de antipoder, al extremo de inculpar a líderes y capos, en el momento de su irreversible decadencia, de corruptos y mafiosos.

Al final, los exhibió en una contienda donde ya no tenían fuerza para continuar sino por el sendero del dólar y sus significados que no se reducen a la circulación monetaria. Refugio mental en el que se momifica la impotencia de reflexión histórica y ausencia de autonomía nacional de esa representación.

El antiguo liderazgo está cambiando de piel y regenerándose. Miran por la rendija de sus grandes éxitos a un país destrozado, de cuya consecuencia no se sienten responsables.

Frente a su eclipse, han sido sustituidos por medios de comunicación y bancos obligados a asumir tareas abandonadas por los ídolos caídos. Ecuador evidencia un tope histórico en el poder que lo ha conducido.

Sin embargo, las fuerzas que reconocen ese límite no poseen identidad ni diferencias maduras. Sus perspectivas y estrategias se han atropellado en el caos inevitable de los procesos sociales incipientes y aún está en gestación y reformulación la comprensión política capaz de sustituir y desplazar a la ideología dominante.

En estas circunstancias, la Asamblea no está precedida de un movimiento revolucionario, es solo el penúltimo espacio en el entorno de la misma bancocracia.

La posible composición de la Asamblea no nos permite siquiera prever la cualidad resultante, pero no será la continuación de lo mismo. Bien porque se cumpla el anhelo de gestar un poder nuevo o porque el viejo definitivamente no tiene como transitar en la historia presente por su descomposición y, junto a ella, por la decadencia de las multilaterales en el mundo.

A pesar de que el sistema político tradicional insiste en atribuirle al pueblo la creencia de que con la Asamblea tendrá pan, ocupación, vivienda, educación, salud -lo mismo que ellos le han prometido durante treinta años-, en el pueblo se anhela algo mas concreto y abstracto a la vez: un Estado soberano, digno, orgullo de su pueblo y dispuesto a integrar la Unión de Naciones Sudamericanas.

Como diría un labrador, arar la tierra para sembrar el pan. Si no este pueblo y el entorno de pueblos optarían por alcanzar el último peldaño, el más democrático. Tiempo en que los pueblos se abastecen de siglos. En ese momento, no se discutirá el atributo de plenos poderes para hacer una Constitución, será simplemente la Asamblea, como ya fue en la historia.