La economía política, en cinco siglos de existencia, precisa que toda política económica recrea condiciones sociales y económicas de reproducción ampliada del capital o de su reproducción ficticia, y depende de los intereses predominantes por sobre la técnica, las buenas costumbres y las buenas maneras. Cuando un pueblo elige, busca instintivamente los intereses que responden a sus demandas, aunque, justamente, esos intereses suelen ocultarse a su reflexión.
Es que políticamente, elegir al Poder corresponde a la Historia. Elegir personalidades que representan esos intereses, a la democracia. Tales fueron siempre los inicios de nuestras sociedades o de las violentas presencias que después crecieron o continuaron de acuerdo con «la voluntad del electorado».
La política económica es resultante de fuerzas, condiciones y circunstancias sociales. El Poder económico determina la política económica y en su representación, «el Presidente de la República» «la resuelve» con las formulaciones prácticas de los grupos económicos, presentes pero invisibles en la conducción del Estado. La cúspide del triángulo social exhibe su quehacer como si fuese respuesta a la exigencia de todos. En él intervienen decisivamente factores internacionales que se interiorizan desde el sistema financiero, crediticio y monetario, que establece modelos de ajustes para cada uno de los Estados y, en particular, para aquellos que se encuentran bajo la «natural» subordinación del atraso y la escasa significación, en la arena de un coliseo mundial sin espectadores atentos para esta tragedia del subdesarrollo.
Tal es el caso del Ecuador. Por eso, rectificar la política de ajustes, en un sentido realista, supone cuando menos ofrecer un destino productivo a los recursos de la «armonía macroeconómica». Y a pesar de esta posibilidad, la política económica no basta, apenas es una palanca que contribuye a la salida del atraso o simplemente encubre y recrea el empantanamiento económico. Es más, en el Ecuador no puede liquidarse el subdesarrollo exclusivamente con un relevo de gobierno. Hoy los cambios mundiales y la conciencia nacional presionan por una transformación del poder con los sectores productivos, empresarios y trabajadores cuyas condiciones de existencia reclaman alcanzar reivindicaciones que estimulen el progreso. No obstante, incluso el poder de estos sectores no significa de suyo la solución de tiempos y ritmos suficientes para la realización de ningún sueño nacional. Se vuelve imperativa una condición internacional favorable.
El monetarismo de la última década -instrumento de los ajustes- auspició un falso proteccionismo, que sirvió para la continuidad del grupo económico que conduce el Estado ecuatoriano, y adormeció al productor impidiéndole amortizar en cortos plazos su equipamiento técnico; tampoco articuló una competencia sana en el mercado interno o en el mercado subregional; desconoció el interés nacional de contar con empresas eficientes; puso un ladrillo sobre otro entre los sectores laborales y empresariales en sus vínculos y diálogos.
Si se repite el pasado, otra vez la devaluación monetaria ofrecerá el ropaje de elevada eficacia a los exportadores. La apertura para estos solo será un principio. Un aumento nominal de salarios generará un incremento ilusorio del mercado interno. El precio de los combustibles a costos de oportunidad suprimirá el contrabando, pero (aquí el pero es continente de explosivos desajustes sociales) se encargará a las despiadadas fuerzas del mercado la asignación de recursos. La reducción -desde micro objetivos- del tamaño del Estado suprimirá funciones necesarias; el Banco del Estado aportará préstamos también de oportunidad; los recursos del IESS seguirán perdiendo su poder adquisitivo. La deuda externa crecerá como una sombra. El Pacto Andino se mantendrá como un «casi, que no es ahora» y tranquiliza la causa de una fracción financiera. Se abrirá paso una concepción monetarista para el manejo de ese equilibrio entre la agonía y la nada de millones de hombres.
Ojalá el nuevo gabinete esté dispuesto a no dejarse caer en la tentación de una política ajena al desarrollo y apoye la creación de bienes materiales, incremente el avance tecnológico, permita una redistribución de los procesos productivos y del ingreso, proteja el mercado subregional, revincule la economía nacional con la economía mundial, a fin de lograr la armonía entre los intereses productivos del país, de las esferas agroindustriales, comercio, servicios, hacedores de bienes, con la urgente conciencia de conservación del sistema ecológico ecuatoriano.
No obstante, los intereses van a seguir chocando, y esas contradicciones son parte del progreso. Ahí está el motor de la renovación, siempre que ese choque no suponga la anulación arbitraria, sino la superación, de uno de ellos. No hay duda, la Historia elige el Poder; la democracia, su representación.