Las declaraciones de Mauricio Pinto y de Baquerizo Alvarado estimulan la perspectiva de alguna transformación verdadera para el Ecuador. El Ministro de Industrias, por ejemplo, manifiesta su disposición a favor de la integración, de someter la industria ecuatoriana a una competencia que aliente una renovación técnica; de alguna manera denuncia el atrasado proteccionismo cuando dice que esa situación “ha impedido a la industria ecuatoriana mejorar sus procesos productivos”.
El Presidente de la Junta Monetaria declara que “no hay que fomentar exportadores ineficientes”, y añade, como para reventar de ira a los usufructuarios de una exportación, que a fuerza de devaluación ganan y presumen: “yo no creo en los (esos) sectores que se autoproclaman salvadores de la Patria…” “Se frenará a exportadores ineficientes”. Si estos decires fuesen algo más que frases, estaríamos en presencia de una condena a la destartalada política económica. Sin embargo, la realidad ambiental del gobierno es distinta. Sus medidas son parte del tiempo perdido para unos y de espera, para otros. El cambio de gobierno ha devenido en signo de multiplicación de las actividades especulativas.
Aquellos que disponen de recursos optaron por seguir acumulando mediante el medio más eficaz: ganar todo lo que los demás pierden. Para esto el lavado de dinero bien habido resulta inteligente (el deterioro del sucre ensucia); se añade la lotería, los juegos de azar, truquitos y trucazos, el crédito, el acaparamiento y más. Lucrar es un sacramento, práctica y síntesis de la decadencia de los tiempos. En este terreno va el manejo de la tasa de interés -sin Keynes-. Crece la oferta de dinero usurero, el interés interbancario, al 240%, según el decir de los conocedores del repos y de la gimnasia bancaria; el chulco, al 30% semanal; las casas de cambio hacen su agosto desde el mes de enero y el hombre común espera que las medidas hagan su felicidad después de algunos años. Parecería que la miseria permite vivir el futuro con antelación y sonreír por anticipado.
La economía se trama en una bola de cristal
Las medidas económicas llegan como el remedio del especialista que descubre la dosis exacta un día después de muerto el paciente; son también una muestra de otras medidas que están en el oculto e inefable quehacer del Poder.
¿Y las consecuencias? Enfrentar la reacción -no del pueblo- de algunos grupos económicos que, teniendo la vivencia del Poder, descubren el desperdicio del mismo por la tardía e inadecuada actitud de quienes estaban obligados a decidir estratégicamente sobre la economía antes que se consuma la moratoria que ahora se agota en un día, el del paquetazo, cuando lo único que se plantea resolver son problemas coyunturales.
Las medidas económicas se las resuelve y discute en una bola de cristal, en un laboratorio sin gente. Para un sector del frente económico, la economía existe fuera de los hombres; se diría que no hay seres humanos ni para especular ni para sufrir.
A través del perezoso camino de dejarle todo (también el espíritu) al mercado es imposible sacar al país del subdesarrollo o lograr el equilibrio o mantener el poder adquisitivo del sucre o la ocupación plena o alcanzar la seguridad en el mañana o dar respuesta a demandas insatisfechas de las generaciones.
cSi a lo anterior sumamos que se mantienen represadas explosivas cantidades de moneda nacional -el 36% de encaje bancario no lo aguanta ningún banco-, el momento en que se reduzca el encaje la invasión de sucres tendrá un efecto huracanado, el desencaje será el soplo que tumbe “a los más pobres”.
Un pesimista (y hay quienes aseguran que se trata de un optimista) afirma que la naturaleza establece límites al crecimiento de la humanidad mediante las guerras y las políticas de ajuste y otros ajustes para proteger a sus demás criaturas vivas y el destino conjunto de la especie, y que la certeza del límite necesario se alcanza con el más eficaz e inapelable instrumento, la muerte.