El último proceso electoral fue la derrota del péndulo y de la clasificación de los actores políticos según los parámetros de gobierno u oposición. Ha arribado a su fin el arreglo ideológico que facilitaba la digestión de todas las cosas: «quien aspira a ser gobernante, debe engendrarse en las entrañas de una feroz oposición».
Ha concluido una fase en la disputa de grupos económicos sin nombre: uno que se expresa claramente en el PSC y en tendencias de uno u otro partido, y otro que difusamente pone a prueba a varios partidos del denominado centro político. La incidencia de cada uno en los medios de comunicación es distinta, como variada es su disposición democrática.
La Presidencia de Sixto Durán Ballén no se da desde el tradicional grupo económico al cual estuvo ligado el PSC: nace fundamentalmente desde un grupo económico quinceañero, de relaciones nuevas, cuya disposición a actuar, menos regional y sectariamente, ha tejido la urdimbre de un recipiente político que aúpa partidos y factores que contribuirían a un consenso en el seno del Poder.
El gobierno de Sixto Durán Ballén es de vidrio, no porque sea frágil sino porque transparenta con ingenuidad, quizás por su falta de ropaje social, su política económica: las obsesiones por las medidas que se adoptarán, la deshumanizada característica del progreso técnico, económico, en medio de la inconsciencia sobre la tragedia que nos amenaza.
El discurso que dirigió al país Sixto Durán Ballén en su posesión careció de demagogia: dijo lo que realmente pretendía hacer. Las medidas que proclamará en pocos días corresponderán a las demandas de nuestro tiempo, sin detenerse (la producción en esto no se detiene) en que el costo de ese progreso será la presencia de una creciente masa de hombres desechables, la permanencia en la penumbra de la angustia de los pueblos indios, obligados a «ser» hace siglos campesinos y de los cuales se admite un idioma, con el fin de «volverlo nacional».
Parecería que la humanidad en su evolución genera desechos, igual que cualquier proceso productivo, solo que los desechos humanos son moralmente dolorosos, hasta que incluso esta moral se vuelve desechable.
El abismo será la «falla» entre el ritmo de crecimiento y la agonía de «los más pobres». Al margen quedará la respuesta a las reivindicaciones sociales; se elevará, sobre todo otro aspecto, la prioridad de la eficiencia administrativa.
Sixto Durán Ballén quiere constituir consensos, sabe de las disensiones y antagonismos básicos entre grupos económicos profundamente resentidos o competitivamente ambiciosos y dispuestos a todo por los excedentes y otras demandas mayores. El consenso se reclamará en el seno del Poder, donde cabe el disenso. Más allá, solo habrá gritos y de ellos se encargarán las funciones estatales correspondientes.
La política de ajustes es el «bien» futuro: su presente se llama con orgullo técnico devaluación, contracción de las empresas del Estado, eficiencia en la administración, cortes en el gasto público, merma del sector económico del Estado, aminoración de funciones económicas. «Todo, hacia las capaces manos privadas». Esa es la ocupación de la política de ajustes, lo demás se diluirá en preocupación.
Hoy continúa el grupo económico que asumió el gobierno con Jaime Roldós Aguilera, continuó con Osvaldo Hurtado, se interrumpió abruptamente con León Febres Cordero -quien no pudo hacer del conjunto financiero y empresarial que encarnó una estructura más trascendente, dada la supremacía que sobre todo interés colectivo tuvo el interés particular de cada empresa y sector económico, incluso de cada uno de los individuos gestores de su administración-, luego vino el gobierno de Rodrigo Borja que recuperó la representación perdida con León Febres Cordero y desató el período de mayor avance en la década y hoy, el de Durán Ballén, que representa la continuidad de este movimiento, aunque sin los debidos nexos, tradición y antigua pertenencia a este grupo económico nuevo, que en el pasado fue proyectado por políticas que no podían poner en peligro su continuidad dado el fortísimo matiz social con que acompañaron siempre el discurso de sus medidas de ajuste.
Sixto sabe con cierta inefable intuición que, en este momento, más que colgarse del péndulo se ha de hacerlo de las manecillas del reloj, que entre el gobierno y la oposición cabe el camino más fecundo de la crítica y la autocrítica de este conjunto de Poder que aspira a mantenerse en la hegemonía por mucho tiempo, aunque su transcurso no esté en las manecillas del reloj: el tiempo decurre a pesar de que estas no se muevan.
Al parecer, la utopía fue alguna vez la concreción de la esperanza en quienes la fabricaron y la consumieron, y como siempre cede su lugar a la renovación de un inaudible sufrimiento.