Del terrorismo economico* a la violencia política

Las medidas son un ataúd grande y moderno, técnicamente de moda, inmenso como las masas.  Y lo más agresivo de esta política es que ni siquiera conoce, ni le interesa conocer, a los grandes sectores sociales que permanecen fuera de su misericordia. Las denominadas medidas de compensación son menos que una burla, no solo por la cantidad sino por la deshumanizada mezquindad del consuelo.

El método de análisis consiste en descubrir la culpa en los gobiernos pasados, no en las relaciones económicas ni en la organización del sistema ni en la estructura del Poder, sino en la subjetividad de los gobiernos.  En nombre de los desvalidos, se adoptan las mismas medidas económicas que se impugnaron en el pasado, y para todo esto, otra vez paciencia.  Esta política ha sido una forma de exhibir una tremenda irresponsabilidad social, que en el pasado contó con la protección del miedo propio de los gobiernos a la reacción del pueblo.  Ahora la violencia económica no teme convertirse en violencia política, no le importa que se acabe el control que ejerce la ilusión.

El mensaje del Presidente de la República separó las medidas buenas de las duras, en medio de ese fúnebre réquiem que periódicamente organiza el Frente Económico renovado para informarnos lo perverso que fueron los gobiernos precedentes y proclamar las mismas medidas que en el pasado se adoptaron.

Todas las medidas se declararon en nombre de los miserables de la calle.  La extrema pobreza sería la beneficiaria en el correr de las divisas y los ricos serían los más sacrificados.

Esta vez se añadieron tres aspectos importantes:  uno, privatizaciones aun intrascendentes para la mejora de la economía nacional; dos, una oferta de libertinaje para determinados grupos de negociantes, y tres, una decisión de impedir presencia organizativa de los trabajadores a nivel del Estado.

A fuerza de estas medidas, un sector de la empresa privada -que también es subdesarrollada- podrá crecer y decrecer en su número, pero jamás salir del pantano del atraso tecnológico.

Han separado las medidas buenas de las duras.  Las buenas son apenas una mísera limosna, una realización futura de caritativas intenciones.  Las duras son las técnicas.  Las intervenciones de los ministros del Frente Económico fueron un misterio:  las empresas del Estado van a privatizarse para bien de los pobres; los salarios se congelan para bien de los pobres; el precio de la gasolina sube más de dos veces para bien de los pobres; las tarifas eléctricas, también; los exportadores recibirán como siempre más beneficios que nunca para bien de los pobres; y el único impuesto al patrimonio de las empresas tendría que trasladarse al consumidor para el mismo bien.

Esta visión reducida actúa sobre un país de condiciones ajenas al siglo pasado, porque entonces sí el liberalismo era una palanca vigorosa del desarrollo industrial en las economías nacionales -europea y norteamericana- que constituían la avanzada del desarrollo.  Pero hoy, en la retaguardia de dicha evolución, para estos países del sub-mundo de la miseria extrema, creer que con la devaluación y la consecuente  competitividad de los exportadores va a ser posible progresar es una recurrencia que lleva más de 20 años de probar su ineficacia.

Ha aparecido un grupo de privilegio dispuesto a saquear su propia empresa, el país.

Hacia el futuro, las medidas económicas le asignan una peligrosa función a las FFAA: neutralizar la transformación de la violencia económica en  violencia política.

La política y la economía no son opciones, constituyen una unidad, si no son una farsa para la mayoría y una encantadora verdad para pocos.

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* La denominación  “terrorismo económico”  se utilizó por primera vez por el Partido Liberación Nacional  para calificar a las políticas de ajuste en 1987-88.