De los mas pobres

Los minadores y su quimérica basura son los modernos buscadores de oro de antaño; su función es la misma.  El oro absorbe la imaginación, la basura la desata.  El oro solo es nada, la basura sola puede ser todo.  Versátil, transitoria y casi humana, la basura se queja, se lamenta, es una confesión.  La basura no denuncia ni reprocha, exhibe, insensibiliza.Y con el puñal en la mano le dijo: ahora si te fuiste.

Vencido.  Se batía en el suelo.  Era tarde; un terrible golpe concluyó con él.  El asesino se irguió y sin mirar a los que le rodeaban gritó:  “… porque yo todos los días en ese tacho que puso el Municipio recojo cosas.  Lo vi primero.  Yo cosecho por la mañana y él me trampeó, a él le tocaba por la tarde.  Y son las once, vean ustedes,  a mí me correspondía…  Viene la ley y ellos no comprenden.  Me voy y les advierto que ese tacho alzado es mío, todas las mañanas es mío.  Que te perdone Dios.  Si mueres, te perdono yo también.  No vuelvas por la mañana.  Yo, yo no tuve la culpa…”

El hombre sobre el cemento se vuelve basura.  Los circundantes, absortos, casi testigos del juicio que se libra desde siempre cuando los individuos dirimen la justicia por sus manos, discuten las razones del minador matutino y del otro que yace sobre la calzada. Simulando que no miraban, miraban secundariamente la evidencia de que había muerto.

No debió matarlo, decían.  El que ya estaba en el suelo, antes había matado y si se levantaba nadie quedaba vivo…   En la basura hay algo inesperado, cuya prefiguración nutre temores e ilusiones.

Estos espectadores no se voltearon para seguir la desesperada huida del minador que disimulaba con pasos largos y se confundía entre los transeúntes, ejercía la convicción de no ser visto, porque allí ni la confesión ni el perdón existen.  Percibía por experiencia que de la basura hay más obsequioso desprendimiento que de las manos caritativas de quienes la producen.  Desapareció en el gentío, se perdió para quienes iban a buscarlo.

El cadáver quedó solo. Patrullas, ambulancias, sirenas sonaron aproximándose.

El público ya no era público, sino errantes, vagabundos desocupados, itinerantes, dementes de la calle que hacen alto junto al árbol, ante la pared o en el portal, mientras una vida sin prisa se va de la indiferencia de los trashumantes de la ciudad.

El vendedor de periódicos anuncia “sacrificios para todos”.  Era el titular de primera plana, “decisiones, añadía en el epígrafe, por los más pobres”.  El voceador habituado a estos contemplativos habitantes de la cotidiana grandeza de la calle, dejó a uno de ellos un ejemplar que le sería devuelto.

Se agolparon para mirar con avidez, no la primera plana, sino la página de los crímenes del pasado.  Leían, caótica y balbucientemente.  Repetían en alta voz un párrafo y otro.  Esa horrible página del atentado de ayer pasó de unos ojos a otros desorbitados y  ansiosos y por fin a los más cansados.

Los bomberos limpiaban la calle, el agua enrojecida corría hacia la alcantarilla.

Un par de ancianas aún murmuraban: “ese hombre fluía en su sangre, está muerto sin saberlo, no podía escapar de este descanso.  Ya nos toca, porque a todos nos toca.  Nadie lo presiente.  No duele.  Comienza cuando principiamos a sentirnos solos, cuando presentimos la desnudez con la que nos vamos.  Tú lo viste en el suelo, medio pantalón, descalzo y sin camisa, con esa navaja floja, más temblorosa que el puñal grande cuando se lo hundieron.  No gritó, se puso a temblar, parecía una hoja antes de caer y sin caer se quedó mirando el cielo.  Seguramente al diablo se lo mira así, con esos ojos, con los ojos de muerte que siguen al alma en su camino. Y ese hombre se quedó mirándola”.

El muchacho regresó a recoger su diario leído.  “La basura espiritual crece, crece y crece, es invisible -decía un loco, cazador de ratas, renegrido, saludando con su presa-.   Solo la vida se transforma en basura, la muerte jamás”.

Se consumían las horas de la tarde y aún se discutía.

La basura es un tesoro digerido, acumulado, desecho por el que se intuye las vicisitudes de algunos sueños.  La basura se pudre y multiplica la sensación de la vida.  La basura devora la fantasía, se suma y hace montones de basura.


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