La cumbre o el abismo del banano

El mercado más extenso del mundo será el que menos barreras tenga, afirmó uno de los delegados a la Cumbre del Banano, y planteó reconocer la dinámica que la globalización impone para impulsar reformas estructurales.  Añadió que el libre comercio supone una responsabilidad con el resto del mundo.  México apoya, concluyó el delegado, la posibilidad de que se garantice, cuando menos, el volumen que se ha comercializado hasta hoy.  La abstención mexicana en relación con la firma de esta declaración es síntoma de una exigencia mayor ante la sola adhesión moral que proclama.

Esa fue una de las expresiones lúcidas en la Cumbre del Banano donde, además, se manifestaron buenas intenciones como el sistema de reciprocidades, temores por la sobreoferta que podría ir hacia EE.UU., Asia y otros países con terribles peligros para el precio, la paz y el progreso de persistir las restricciones de la CE.  Estuvo presente la generosa precaución de no afectar a otros países destinados a la discriminación.  Sixto Durán Ballén invocó la unidad latinoamericana para negociar con Europa y el resto del mundo.

Quizás esto hubiese sido suficiente, si la cita no hubiera sido ganada por la reducción relativa del conflicto al dilema proteccionismo-libre comercio, procesos sujetos al arbitrio de la voluntad.  Sin embargo, las causas del conflicto con la CE no tienen relación con subjetividades perversas sino con intereses reales: el comercio no se hace alrededor de una moral familiar, sino de una ecuación de cambio -su única moral- que impone calidad, volúmenes y diferencias de competitividad.

Se imbrican dos problemas en la comercialización de la fruta, uno económico y otro político:

El problema económico  alude a una cúpula exportadora tradicional, habituada a ganar competitividad con la devaluación monetaria, depredadora de pequeños y medianos agricultores, de espaldas a la tecnificación de la producción: puro crecimiento extensivo, porque el gobierno les garantizaba siempre un ajuste monetario y, además, tenían un mercado seguro.  Se suma a esto la curiosa actuación del Estado ecuatoriano: “privatizarlo todo”, se había dicho.  Pero, en este caso, se  estatizaron los intereses de los exportadores de banano -no los de sus productores-.

El problema político  radica en esa sorda guerra comercial CE-USA.  Estados Unidos está representado por antiguos socios golpeados por la CE, y es posible que también por los avances de la nueva administración norteamericana.  Europa tiene, en cambio, interés en relaciones abiertas con sectores que signifiquen progreso en el vínculo comercial, no en reeditar el atraso por ventajas políticas.  Apoyar a productores-exportadores es una necesidad de la economía bananera, al igual que a la comercialización y distribución de sus ingresos.

Debimos haber ingresado a la UPEB.  La crítica que se ha hecho al Ecuador tiene algo de real.  No podemos defendernos de ella con un nacionalismo equívoco.  Las asociaciones internacionales constituyen mecanismos críticos de evaluación.  Se han desmesurado las plantaciones, no hubo una guía ni un acuerdo multinacional en la comercialización del producto.  La UPEB era tan necesaria para el Ecuador como la OPEP, aunque circunstancialmente hubiese aparecido como una desventaja.

El abismo es también un destino posible, si se continúa en el apolillado andamiaje de la exportación.