Nada más difícil ni más útil que ese gesto de placer, relajamiento, concesión, tolerancia, supremo invento de la especie, la risa, idioma de incuestionable universalidad en todas las edades.
Y existe mucho antes que el hombre se definiera a sí mismo por esos dos factores de los que se ufana: el trabajo y su capacidad de reír.
Cantinflas despertó en los espectadores la diáfana carcajada que recoge el cuerpo entero, sonido entero, obsequio de unos para todos, que se contagia en una evolución fabulosa de jajateo, jojoteo, jijiteo como queriendo incorporar al instinto y no únicamente a la conciencia, ese supremo objetivo que es la felicidad.
Hacer reír fue tarea que cumplía con éxito Mario Moreno Reyes, a quien un día un espectador que le observaba soplar la alegría colectiva en sus esfuerzos de canto y simulada embriaguez, le gritó nombrándolo para siempre: «infla y canta, cantinflas». Y asumió ese grito de la galería que llegaría a las estrechas páginas de la Real Academia de la Lengua.
Un productor de risas nunca puede serlo exclusivamente desde la comicidad. Cantinflas redescubre la impotencia social, la pobreza, la sumisión, el ilusorio combate de los de abajo, condiciones en las cuales resulta más fácil reír donde la risa es abundante. Una especie de lucha sin ira, una cierta ira que se agota en la piel de la individualidad y una experiencia sobre la violencia estéril, una mutación de la agresividad en esa risa que es en la vida individual semejante a la de la admisión pasiva de la desgracia en la historia.
Hay motivos para comparar a Cantinflas con Charlot. La risa de Charlot no da fin a la violencia, corre el riesgo de convertirse en contraviolencia, es lo inesperado de una risa que va camino de ser grito, la advertencia de su tiempo, décadas que precedieron a Cantinflas donde aún la desgracia contaba con la certeza de dejar de ser, porque esas eran las simulaciones de los primeros decenios del siglo.
Cantinflas intuye el límite y adquiere definitivamente la táctica y la prudencia interminables en los largos, y esta vez inofensivos, caminos de la risa.
En Cantinflas, los sentimientos no alcanzan a elaborar una palabra coherente, la confusión del discurso es la síntesis más parecida al discurso de la política latinoamericana.
Las medias palabras, los medios argumentos, la media lógica, la media frase, las medias mentiras, todo por la mitad, la vida misma por la mitad, semejante a una esperanza partida, donde las mitades se ocultan unas de otras y la vida misma es un laberinto de mitades.
América Latina pierde con Mario Moreno una convocatoria humana. Los sentimientos en favor de aquellos que son la mitad, medios seres humanos, medios animales, medias cosas, medios instrumentos, medias risas, lágrimas por la mitad, dientes rotos, medias lenguas, la conciencia también a medias, y la espera hecha de media ilusión y media quimera para contar con la mitad de dios y la mitad del diablo, porque todo es así, del medio hacia abajo de la sociedad. Y la felicidad entera en el horizonte.
Cantinflas vive la dimensión de los de abajo y espera como un soldado de Moisés con una mística propia de la resistencia indígena y de una religiosidad popular, la dicha por venir, por obra y gracia de la sola voluntad humana, de la cual los pueblos sumando un poco a su media suerte y a las pequeñas trampas de la cotidianidad esperan días en los cuales sea la risa la que se licue y desborde los diques impuestos por la injusticia, la opresión, el desconocimiento, la deshumanización.
Cantinflas dijo alguna vez: si no alcanzamos la felicidad pa´ qué nos trajeron, pos en ese caso mejor nos volvemos.
Cantinflas ha vuelto. Nos queda su generosa utopía, su risa y ese puente de todo saber humano, la maravillosa ingenuidad de los de abajo.