Terrorífico desequilibrio neoliberal

La contradicción en la distribución del excedente entre el destino social de los recursos y la inversión productiva y demás se advirtió ya en las primeras reflexiones sobre el capitalismo.  Mayor era la satisfacción de los pueblos mientras mayor la parte destinada a sus necesidades, pero la menor porción de inversión reducía el desarrollo.  Lo contradictorio en la utilización del plusvalor traspasaba la subjetividad de los gobiernos.  La economía política clásica analizaba la partición del excedente y su regularidad.

Se discutieron y negaron los porqués de cada porción del excedente.  Marx previó la reducción de las inversiones sociales, la merma relativa de los fondos orientados a atender demandas no rentables y el incremento de la acumulación, fuerza motriz de la concentración y centralización de capitales.  Esta regularidad estaba determinada por la naturaleza del sistema.  Las premisas de ese criterio habían sido establecidas por Smith y Ricardo.

John Keynes acentuó otra convicción relativa a la política económica, el arbitrio del gobernante podría distribuir el excedente, acrecentar los recursos para atender los alarmantes desequilibrios sociales (invirtiendo incluso de manera no productiva para el mejoramiento del mercado, el aumento del poder adquisitivo, la reducción de la desocupación y el debilitamiento de algunas presiones), porque el ajuste automático en el que pensó Alfred Marshall, con menos convicción que sus antecesores liberales -a juicio de Keynes- ya no podía existir sin una clara decisión del gobierno sobre la circulación monetaria, el interés y esa búsqueda humana (Keynes pensaba que preocuparse de ella era tarea del gobierno) de la ocupación.

En el mundo desarrollado, el Estado no ha sido desposeído de recursos, mecanismos  de estímulo y control, capitales de inversión en todos los órdenes.  La tragedia en el mundo subdesarrollado aparece por el terrorífico desequilibrio estructural de un excedente que se lo obtiene de paupérrimas economías, recursos que ya no conforman inversión productiva y social sino la transferencia especulativa y una ínfima parte del ingreso neto destinado a demandas sociales, que se contrae usando cualquier pretexto.  Así el mandato gubernamental de «!compite, compite!» suena como una maldición del todopoderoso.

El paro del 26 de mayo fue algo así como un incendio en el paraíso.  No hay a quien culpar, se ha acabado el comunismo internacional, apenas es posible hablar de la extrema izquierda como causante de tan grande y tenue protesta, menos aún si en el Ecuador crece ese peligroso consenso,  donde a mas de la impugnación del partido gobernante que no gobierna  y del grano de arena con que contribuyó al paro el partido opositor que sí gobierna, están fuerzas desérticas medio-opositoras como la DP, la ID, y oposiciones-casi-enteras de la izquierda  del tamaño de otro grano de arena que sumándose constituirían montañas de arena a las que la tempestad puede trasladar a distancia para sepultar el Palacio de Carondelet.

¿A quién culpar de semejante peligroso consenso? Al desequilibrio en la asignación de recursos que son algo mas que tributos, beneficios, préstamos y tarifas, son también relaciones de propiedad o no propiedad.

Se impone ir mas allá  del dogma vigente, del que organiza la moda, detiene el tiempo, halaga y ensordece al mandatario, enfurece a las masas, enmudece a los pueblos.

Ahora a los nueve meses y algo más de gobierno, el curso neoliberal del mundo, que decoró su contorno al iniciarse, va derrumbándose con mayor estruendo y parsimonia que aquel con que se extinguió el Socialismo real.  Este era una ilusión.  El neoliberalismo, una codiciosa pasión, real por su materialidad y mas cruenta en sus desates que ninguna otra intención conductora de la política económica.