El 10 de agosto del gran opositor. No el de la Historia

El dictamen entre fuerzas disímiles, en el marco de los calificativos gobernante u opositor, no implicó conclusión programática alguna.  Tras las dos candidaturas estaban tanto las fuerzas del gobierno cuanto las opositoras.  La división maniquea en la que el bien es gobiernista y el mal, opositor, o viceversa, es fórmula mágica para todo y resolvió la organización de los bandos en el Congreso.

En estas condiciones, el Congreso es el rostro deteriorado del Estado:  de la transformación de este instrumento político de la nación dependerá su destino. En los países subdesarrollados, a las grandes empresas transnacionales no les interesa de contraparte ningún sector privado, sino justamente sus Estados.  La legislación que minimiza las funciones económicas estatales debilita la posibilidad de que esta fuerza motriz, el Estado, pueda contar con los recursos necesarios para el desarrollo y las inversiones fundamentales capaces de absorber tecnología avanzada.

La descomposición del Parlamento ha hecho que  esta institución apenas legisle y fiscalice: que recepte las propuestas del Ejecutivo para matizarlas y corregirlas, con pobre iniciativa.  Esto ha llevado a que la legislación surgida de él guarde la acentuada impronta de los intereses de aquellos grupos económicos que están tras el Ejecutivo, presencia que puede leerse en leyes importantes como la Ley del Mercado de Valores, la Ley de Modernización, la Ley de Aduanas; el verdadero legislador es el Ejecutivo. El Congreso tampoco fiscaliza. La fuerza decisiva de un enjuiciamiento pertenece también al Ejecutivo.

El Poder disfruta de muchas cosas y entre ellas la de tener, en todo caso, la razón.  Sus razones, una para cada ocasión,  en las que también encuentra la sinrazón de sus adversarios circunstanciales o permanentes, adornan el nacimiento cotidiano de su irreprochable e intermitente verdad.

El Poder impone las reglas del juego; si el juego se da en el Parlamento, quien gana es la oposición y pierde quien es gobierno.  Pero, si esto ocurre en el gobierno, pierde el que está en la oposición y gana el que debe ganar.  Los partidos que no representan al Poder hasta pueden llegar al Parlamento y son conducidos a que su anhelo de ganar se realice democráticamente haciendo que ganen y se mantengan fuera del Poder.  A causa de la oposición que ejercen no interrumpen ni distorsionan en la Administración la naturaleza propia del Poder.   Este es el juego de Don Pirulero, cada cual atiende su juego:  los unos, a gobernar; los otros, a impugnar y el Poder con sus dos brazos, a impugnar y gobernar legitimado por el encantamiento que significa ser y no ser al mismo tiempo para seguir siendo el Poder.

El 10 de agosto no se rebatieron programas ni posiciones políticas ni alternativas económicas.  Se dirimió solo una idea fija, obsesión constituida en toda la política ecuatoriana: gobiernistas u opositores.  Ganó el PSC que vistió de sumo opositor, midió a los contendientes con los patrones de su experiencia forjada en el ejercicio actual de la oposición y la acción de gobernante de manera simultánea.  El gobierno perdió y ganó a medias; el PCE, algo menos; mientras el PUR vio esfumarse la posibilidad de ser.  La ID y la DP se quedaron con un certificado de buena conducta otorgado por el gran opositor a quien le pertenece la estrategia que contiene las tácticas de cada uno a los que invitó a disfrutar de unas horas de victoria.


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