En el desierto son nómadas no solo los hombres y sus espejismos, también las montañas y las palabras. El viento se encarga de transportarlas en pocos segundos y, a veces, a grandes distancias sin dejar huella de su existencia.
De los conflictos entre pueblos nos queda la apariencia de las causas por las que se ensangrentó la arena, manifestaciones religiosas de cristianos, judíos y musulmanes: memorias de su primer momento, hoy antifaces que atizan el fuego de causas distintas a aquellas motivaciones.
En estas cuatro décadas, las guerras en esa zona podrían explicarse inicialmente por la negación de la cuestión palestina que cometiera el colonialismo inglés, y por las perturbaciones que rodearon la organización del Estado de Israel como reparación a las lesiones que el fascismo y el antisemitismo ocasionaron a esa vigorosa nacionalidad.
Las fases determinantes de ese proceso fueron el triunfo aliado sobre el nazismo, el fin del socialismo real -mas vinculado a la nación árabe-, la evolución de las relaciones de Estados Unidos, Israel y los países árabes, y el cambio de la significación de la tierra y sus funciones económicas como consecuencia del desarrollo de la ciencia y la tecnología, que va a modificar las nociones de la soberanía respecto a las del territorio.
Una superficie pequeña se partió en dos y cada pedazo, en todas las angustias que contenía. Tras esta aparente solución de la II post Guerra Mundial estaba la disputa Este-Oeste que cualificaba a cualquier costo la creación de trincheras en todas partes. En ese antagonismo, cada uno desparramó sus irreductibles razones, invocando las verdades antiguas de sus respectivas historias sagradas, pero practicando las representaciones internacionales de una contradicción que murió en el 89. La nueva correlación de fuerzas mundiales condicionó de manera diferente la disputa árabe-israelí, impuso misiones diversas a las religiones del mundo y, en particular, al judaísmo, al islamismo y al cristianismo.
Surgieron el proceso globalizador de la economía y nuevos estímulos para el desarrollo. La unión de los pueblos ofrece más que la guerra. La potencial colaboración árabe-israelí eleva su significación. Una contienda distinta libra Occidente consigo mismo en sus centros planetarios: Japón y los suyos, EE.UU. y Europa. El resto es todo sur.
La amistad exclusiva con el Estado hebreo se agota y reclama compartirse con el mundo árabe: la cuestión palestina y la cuestión judía advierten la existencia de conveniencias distintas y de un tiempo de paz. No es el oasis transitorio que se sumerge en la arena, sino el principio de un verdadero hogar del agua y todo lo que permite recrear la vida de pueblos que ocuparon, ocupan y ocuparán las mismas áreas de antaño que no envejecen ni rejuvenecen.
Así cuando dos voluntades superiores, Yaseer Arafat y Yitzhak Rabin, se encuentran bajo las nuevas condiciones, pueden protegerse en las explicaciones de la Biblia y del Corán, y afirmar como manda El Libro Judío: «paz a aquel que está lejos y paz para aquel que está cerca». Y como el Corán enseña: «si el enemigo se inclina hacia la paz, debes hacer lo mismo». Invocaciones, no solo de sus palabras sagradas, sino de sus necesidades mas hondas, y de reconciliaciones posibles.
Los discursos presagian cautelosamente demandas terrenales de integración cultural, comercial, técnica, científica. Su firmeza radica en la disposición a la paz, aunque reversible. Se saben auspiciados por sus antepasados, por las invisibles paredes y cauces del desierto, por la tozudez de los hechos presentes. Merecen ser otro polo del desarrollo de la humanidad, de sus culturas y de su potencial económico, de su riquísima experiencia social, de su capacidad para hacer de la imaginación una fuente de realidad.
Las razones de la guerra en el desierto siempre han sido menores que las de la paz. Tras el rito de la religión está nuevamente la economía del nuevo orden mundial que ha actuado benéficamente esta vez, por excepción.