La división internacional de los procesos productivos va borrando las fronteras nacionales; es la superación (o el tránsito) de la producción nacional en la economía mundial que no se hace de la suma de economías nacionales, sino de la continuidad global de la producción precedida por una casi uniforme circulación financiera, crediticia, monetaria. En los países desarrollados, la globalización de la economía aparece como economía nacional que se desborda, mientras que en los países subdesarrollados, las economías se sienten invadidas por la economía mundial.
La modificación de la política en los países avanzados se expresa en la tendencia a reducir el ejercicio de la superioridad nacional -condición de su hegemonía- por el avance mundial que se convierte en condición exterior e interior del verdadero progreso.
La conquista le permitió a la potencia española contar con el oro suficiente para provocar la Revolución Industrial. España compraba; Inglaterra producía e inventaba instrumentos, procedimientos de dirección, métodos de comercialización, mecanismos de control. España disfrutaba del ocio estéril de su colonialismo; Inglaterra había saltado de las aberraciones mercantilistas a una comprensión fisiócrata: la riqueza nacía de la producción, (de la tierra) y no mas del comercio.
Antes de la conquista de América, los pueblos vivían niveles distintos sin degradación de ninguno de ellos. Los recursos obtenidos del colonialismo, el destino parasitario que le impusieran a España los éxitos de sus conquistadores, y el milagro que gestó la revolución inglesa crearon la primera fisura degenerativa moderna, esa tragedia del desarrollo y el subdesarrollo.
El siglo XVIII apuró las nociones de la soberanía del Estado y la economía nacional que garantizaban las mejores condiciones para el crecimiento de la productividad del trabajo. Hoy la productividad exige la globalización que irrumpe en las fronteras.
A fines del siglo XX, los conceptos definitorios de las relaciones internacionales se vacían y se reconstituyen. Pero es tan grande la espectacularidad y brutalidad militar internacional que impiden ver lo que revisten. Esta vez, no un monstruo, sino el progreso igualitario. Descubrir esto es importante para elaborar una política económica adecuada, una forma real de negociación con las grandes potencias, una política congruente con el desarrollo actual del mundo, no sujeta al marchito derecho internacional o a los arbitrios de comprensiones gastadas en la práctica.
La economía mundial invade a las naciones, va transformando las funciones de los Estados y subordinando a su ritmo relaciones e intereses, a la par que destruye o pone en tensión todos los sistemas sociales.
Este proceso reclama para sí una política que no se contiene en las estructuras forjadas al calor de los Estados y las economías nacionales ni en la articulación desarrollados-subdesarrollados que condicionó parcialmente la dinámica del comercio internacional, ni permanece en la terrible disputa de la transnacionalización de la economía y el cierre proteccionista de fronteras, cosas de la carrera de versiones en la disputa Este-Oeste.
La política que reclama la economía mundial en cada nación, país o Estado ha de pensarse desde la totalidad o descubrir en cada interés particular una correspondencia con esta totalidad. De manera ostensible, la política se supedita cada vez mas a las determinaciones mundiales. Estos momentos de la política y la economía integran por primera vez una relación planetaria con caracteres de simultaneidad.
Se han desgastado moralmente los sistemas políticos que se forjaron al calor de las contradicciones durante las cuatro quintas partes del siglo XX. En las nuevas condiciones, aquellas decadentes estructuras van convirtiéndose en la cobertura de desecho que incuba la mundialización de la economía, de la política, de diversos fenómenos ideológicos y la recuperación de las culturas en su aporte de universalidad.
Las viejas o envejecidas naciones ceden ante el nuevo curso. A pesar de todo, son el nido donde a cada rato revienta la mundialización de la política.