El libre comercio ha sido una consigna repetida y de contenidos diversos en la Historia. Alcanzó mayoría de edad contra los muros del Estado feudal y las prohibiciones aristocráticas que se negaban a admitir actividades condenadas y despreciadas por la moral y axiomas de la época.
El libre comercio iba traqueteante en el andar de la carreta que hizo las veces de pies de la humanidad. Forjó, ante las murallas que intentaban obstaculizar su paso, media consigna, laisser passer. Y habiendo traspuesto la gigantesca muralla que protegía la ciudad medioveal, ya adentro, clandestinamente, y al margen del derecho feudal, completó la otra mitad, laisser faire. Fue un salto premonitorio de lo que vendría: los grandes descubrimientos y la formación del mercado mundial.
La Revolución Industrial unida al espíritu de la Enciclopedia juntaron esas dos mitades en una consigna que superó los requerimientos de sus progenitores y se convirtió en el abracadabra de 1789. La Revolución Francesa consolidó la formación del Estado político nacional, expresión de la economía nacional que se había organizado espontáneamente en la Revolución Inglesa. El mercado dictó los principios políticos: la igualdad de valor de las mercancías proyectaba la igualdad jurídica de los seres humanos. La voluntad contractual de los portadores de mercancías enriqueció la principiante noción de la libertad.
La experiencia del Socialismo Real -que se suponía una ruptura con el pasado- fraguó la continuidad de las economías nacionales. Entonces, los acuerdos aduaneros, los mercados comunes, celosos y agresivos frente a terceros, alcanzaron la manifestación mas brutal en las mezquindades de una competencia entre el Este (de economía centralizada, monopólica y estatal) y el Oeste (de economía descentralizada, monopólica y privada).
Las fuerzas motrices del socialismo no tuvieron potencialidad para continuar. Desfallecieron en 1989. No se impuso la política proteccionista del Oeste ni sus caracteres nacionalistas, sino un grito replanteado: el libre comercio, nutrido de un original contenido que no debe confundirse con su fonética y semántica antiguas.
La distribución de los recursos, que nunca ha sido ni es acto de voluntad ajeno a las leyes del proceso productivo, muestra por el solo hecho de la reducción de las diferencias tecnológicas que existe la posibilidad de mayor equidad entre los productores y de menor diferenciación social entre los sujetos del proceso económico, a pesar del ajuste inicial que lleva a la liquidación, en la penumbra de su política, de sectores sociales rezagados respecto de una frontera que no pueden traspasar.
El libre comercio desata vasos comunicantes entre las economías nacionales que van dejando de ser tales y se adaptan a un tipo positivo de integración. El Estado se transforma en factor positivo del proceso de reproducción material y de impulso a la productividad. Los Estados de las economías subdesarrolladas están obligados a ofertar programación de sus políticas económicas, planificación de objetivos, inversiones, educación pública y privada, salubridad, seguridad social, ocupación, control, elevación del potencial de la economía en su conjunto.
Libre comercio no quiere decir ausencia de estímulo ni de participación del Estado en el proceso económico. El TLC no es la consagración ni la victoria del neoliberalismo, pesarlo así sería una estrechez. Ahora, el desarrollo global es condición de cada particular avance. Es la situación mundial
Ese Tratado es un momento en la reorganización del proceso económico mundial que abre paso a una nueva estructura internacional, cuya regularidad no se define por analogía con el pasado.
Un límite que el hombre impone a su pensamiento es la recurrencia a lo pasado. Nada es igual al ayer.