El existencialismo gubernamental

La Metamorfosis es el título de una magistral metáfora del mas lacerante  existencialismo.  En un cotidiano amanecer, el antiguo burócrata advierte que su cansancio lo adhiere a la modorra del anticipado despertar, y a pesar de los golpes y llamadas a la puerta no le es posible responder. Mas tarde, descubre que sus extremidades no corresponden a su forma anterior.  Y mientras derriban la puerta, opta por existir y se escabulle por un agujero propicio para la ocasión. Para él, el ser humano  era solo una condición de la existencia, porque el ser insecto o ser un bicho cualquiera constituyen también otra posible condición.  Lo importante es existir -siendo o dejando de ser- cualquier animal o cosa.

El drama atribuido al individuo hoy se transporta a las formas de la política gubernamental; recorrida por una especie de instinto existencialista, opta por ser del mercado o del proteccionismo; del libre cambio o del arbitrio del Estado; del neoliberalismo o de las mixturas propias de los aprendices y experimentadores; de la moral o de la inmoralidad. A cada uno de sus momentos  corresponde un ser que da continuidad a lo único que importa: su existencia.

Pero el gobierno pierde fuerza.  Su contradictoria política económica (religiosa o atea) es el inicio del fin. El gobierno fomenta ¿inconscientemente? la inestabilidad política, la recesión económica, la delincuencia, el empobrecimiento educativo, la contracción de inversiones en servicios públicos (esto sí lo hace con premeditación); la pobre presencia internacional, la absurda confianza en ilusorias inversiones extranjeras. El gobierno no ofrece esperanzas ni siquiera a los sectores empresariales que soñaban estímulos a procesos productivos. Ahora, gobernar es ofrecer u obtener ganancias especulativas, especialmente para un engreído y parasitario sector financiero.

La unidad ideológica del gobierno fue absolutamente estéril, para lo que no fuese desatar la voracidad de acciones e intereses en él representados.  El quebrantamiento de su base partidaria es irreversible.  Su política económica desorganiza las razones propias, y su política despolitiza.  El gobierno, igual que el sistema político ecuatoriano, desalienta y cultiva la desesperanza.  Ha producido un terrible shock -no tanto económico cuanto político-, sobre todo en sí mismo: sus integrantes se devalúan unos a otros.

En el pasado los secuaces del imperio romano hicieron de Claudio I un dios para hurtar la producción de los esclavos. En el Ecuador de estos vanidosos tiempos, la lisonja y el adulo conforman la pericia capaz de  momificar o deificar al gobernante para que los secuaces inventen victorias y acumulen opulentas fortunas.

El precio de la gasolina, en este momento, es el precio de ese comienzo del fin, ligado a las expectativas sociales y, sobre todo, a la impotencia para reestructurar el Estado.  La política económica es simplemente un asalto  al pueblo.  No tiene estrategia, ni tácticas, ni planes, ni objetivos.

La debilidad del gobierno se evidencia en su imposibilidad de generar cambios trascendentes.  No está en marcha ningún proceso de reforma del Estado ni de la organización social, ni del sistema político, ni de la estructura económica, solo la ampulosidad y la charlatanería de la modernización nos ensordecen.

Por estos días, el precio de la gasolina equivale al precio de la estabilidad política.  Mañana habrá otra estabilidad, resultante de otros desequilibrios.  El gobierno ya no es conservador ni purista ni socialcristiano: es cualquier cosa, en nombre de una existencia cuya protección admite satisfacer todo apetito de Poder.

A cada momento el gobierno deja de ser lo que proclamó, pero existe.  Ya  nunca será lo que el electorado quiso, cuando votó por él.  Lo mas falaz del existencialismo penetra los palaciegos intersticios del Estado.

 


Publicado

en

,