Por una política de población y cultura etnodemográfica

A fines de este siglo XX, el crecimiento de la población aumenta durante una sola generación más de lo que antaño en 10, en 100 y, aún antes, en 1.000 generaciones.

Estamos abocados a pensar los problemas demográficos globales y en particular los del subdesarrollo, la higiene social, la etnografía, los vínculos de la población con los ecosistemas.  La misma cultura etnodemográfica es una parte de la actitud hacia la naturaleza.  La evolución de esta y de la población se condicionan mutuamente.

No basta una política mundial de control del crecimiento poblacional.  Tampoco resulta suficiente que la humanidad piense sus propias dimensiones para mejorar la calidad de su existencia.  Aparece imprescindible crear condiciones para decidir a más de cuántos debemos ser cuántos seremos, las edades generacionales, la armonía de sus diversas magnitudes culturales, el engrandecimiento de la estadística, donde los argumentos de los números correspondan a la moral e intereses por los que el hombre crece.  Su dimensión en el universo es aún producto espontáneo.  La intensidad del movimiento natural de la población, su dinámica, estructura, cambios y formas tienen determinaciones muy hondas en la economía, en la ética, en la religión, en antagonismos y soluciones que cultivan una reproducción instintiva, la potencialidad real de la historia y que la conciencia humana pretende conducir.

Cualquier política demográfica plantea optimizar los ritmos de crecimiento.  El progreso en los países desarrollados ha convertido a sus economías en continentes de sus poblaciones.  Así el equilibrio entre población y recursos es resultante del desarrollo.  Incluso, los métodos científicos de regulación de la fertilidad constituyen otra consecuencia.  En los países atrasados los equilibrios que con la población se requieren deben ser consecuencia también del desarrollo.  El apuntar solo a la reducción de la tasa de crecimiento vegetativo no satisface ni por sí estimula el progreso.  Las economías del subdesarrollo no contienen a sus poblaciones que se vuelven excedentes ante la escasez.  Si se piensa que en el pasado entre las causas del progreso estuvieron las epidemias, el hambre y las guerras, hoy no es posible reeditarlas como tales causas ni siquiera en el laboratorio del subdesarrollo ni bajo la sola técnica de los ajustes neoliberales.

En el Estado ecuatoriano si una política está ausente de toda reflexión es la política demográfica.  Incluso sus estadísticas están en la etapa de la matemática vacua, poseída por prejuicios, axiomas, dogmas.

El fundamento de cualquier proceso de planificación o formulación de estrategias requiere contar con una base cierta de conocimiento de la población, verbigracia la sola relación de la densidad demográfica no da todo de si,  pero al considerar la movilidad mecánica de la población, esta densidad varía en la medida en que la velocidad del movimiento de la población se acelera.  Entonces, los caminos hacen las veces de muchedumbres y los programas cambian.

Mientras tanto las migraciones, la composición por edad, la previsión de sus demandas, el cálculo de inversiones futuras se presentan generalmente de manera espontánea y asumen el rostro de grandes catástrofes sociales.

El número ya no es la deidad que adoró la filosofía antigua, no obstante no ha dejado de incidir en todo lo que nombra e invoca.  Por ejemplo, podría preguntarse: ¿cuántos seres humanos han hecho la Historia, toda la Historia, hasta hoy?  Afirman que en este maravilloso drama han participado aproximadamente 80 mil millones actores convencidos de que cada uno de sus papeles correspondía a su propia circunstancia y a alguna causa superior que ese número guarda.

¿Cuántos de nuestra especie deben poblar el planeta? ¿Cuántos? Incluso por sobre las valoraciones éticas y las nociones de justicia, libertad, democracia, categorías de un tiempo en el cual el control del hombre sobre su marcha apenas comienza.