El síndrome de la consulta ha quedado atrás. Esta brotó, independientemente de su estrechez, de la actual transición de la Historia humana, también del doctrinarismo de los mandatarios y de la débil disposición social para orientar sus pasos hacia la globalidad, el cambio de la forma del Estado y de la sociedad.
Dotar al instrumento jurídico-político de la nación -el Estado- de funciones correspondientes con las demandas del desarrollo mundial es modernizar la organización social. Las funciones, actividades técnicas que debe ejercer el Estado, son mas trascendentes de lo que se supone por parte de quienes circunscriben la modernización a la privatización.
No surgió la angustia modernizadora-privatizadora 20, 30 ó 40 años atrás, porque no había una resolución histórica sobre el destino (actual) de las economías mundiales, socialista y capitalista.
El cambio se dio. Y con él, el destino de todos los caminos del mundo. Se suceden palpitantes transformaciones en la capacidad de acción de los Estados de países que administran cierta homogeneidad de desarrollo. Mientras, en Ecuador, donde la población, a mas de la pobreza extrema, contiene insondables tiempos distintos -hay capas sociales que subsisten en varias centurias atrás; otras, a fines del siglo pasado; las más no llegan a mediados del siglo XX-, es necesario aceptar que el Estado en sus funciones ha de crear condiciones que permitan acelerar (o proteger) ritmos de existencia de sectores que no pueden, desde las solitarias fuerzas del mercado, salir al campo de la competencia, la tecnificación, la metamorfosis de sus relaciones sociales.
No es que el sector privado no pueda ser objeto de confianza. Por supuesto que sí. Y lo es para muchos movimientos de renovación tecnológica, avance en la producción y en las formas de organización social. Sin embargo, el sector privado de por sí no puede acelerar el andar de los mas atrasados, respecto de los cuales cualquier inversión no rentable o acción ajena al lucro solo puede ser hecha -sin ser una simulación- esencialmente desde el Estado.
De ahí que algunas acciones políticas u objetivos que deba el Estado identificar para su quehacer están ligados a este apoyo a sectores sociales que viven otros tiempos. Aproximar o reducir esas diferencias impulsa sus lentos pasos hacia este fin de siglo XX lo que exige mucho mas que lo ofrecido por el mercado, demanda la modernización de tantos tiempos superpuestos.
Para el Ecuador, a causa de sus constitutivos, es imprescindible pensar en un Estado que pueda tomar en cuenta los tiempos que componen la nación, tiempos tan disímiles como la multiplicidad de condiciones de existencia social.
A las generaciones jóvenes se les promete el futuro, en cuyo nombre se cierran los pasos que les conducirían al presente y las que envejecen, se retiran directamente al pasado que nadie quiere recordar. Únicamente, en el poder los hombres pierden la edad.
La tarea más importante después de esta consulta -después de que se advierta que la solución no está en las buenas respuestas a esas siete preguntas, después de que se asuma que nunca mas se consultará así- será ir al redescubrimiento de las funciones del Estado que reconozcan que modernizar es crear condiciones para que todos tengan la oportunidad de acceder al presente, suprimir por desarrollo los museos vivos del cuerpo y el espíritu.
Lo injusto es condenar a inmensas masas a vivir el pasado o ficciones del futuro. Jamás, el presente. Hasta ahora, el presente, solo ha pertenecido al Poder. Y aparece infinito.
No basta el derecho a la vida, sino ejercerlo en el tiempo en el que ella se realiza: el derecho a vivir el presente.