El Grupo de Río y su manifiesto está cuestionando sigilosamente al sistema interamericano. La mayoría -la de los integrantes del Grupo de Río- no se atreve a tomar una decisión obligatoria para todos los miembros de la OEA, sino que opta por la simple proclama moral que precisa trasformar el sistema Interamericano. Esa mayoría, que resuelve en Brasil una declaración pacifista, no se arriesga a asumir como OEA una resolución que obligue a todos sus miembros, no obstante experimenta el sendero del temor y la impotencia.
Aún no existe correspondencia entre los principios de la economía política que se exhibe y el Derecho Internacional. El libre comercio esgrimido como virtud motriz del cambio requiere correspondencia con la regulación política internacional: no invadir, no bloquear, no democratizar con el solo arbitrio de las armas.
América Latina va tomando conciencia de que su desarrollo y la relación sana con EE.UU. -incluso para el propio avance norteamericano- debe ir por el progreso tecnológico y científico, por la unidad de principios de la economía y la política.
El Grupo de Río apunta a superar el bloqueo a Cuba. Voces prominentes de EEUU también plantean que su mantenimiento no corresponde a los intereses de EEUU, de Cuba, de las relaciones interamericanas.
El New York Times y un grupo de la prensa norteamericana llama al presidente Clinton a liberarse de las ataduras que tiene con sectores que en este momento no pueden admitir la obligación de suprimir el aislamiento como forma de relación internacional.
El fin del campo socialista significó el fin del nexo comercial más importante que tenía Cuba, lo que ha conducido a modificaciones profundas en su interior. Cuba no puede tener una estrategia y destino distintos de los que prevé la humanidad. La reminiscencia de la vieja confrontación impide comprender en el caso de Cuba lo imprescindible de pasos paulatinos de su transformación interna y de su reinserción en la economía y transición mundial. Hace poco, el Canciller cubano afirmaba: «ya hicimos lo imposible, ahora queremos hacer lo posible, pero deben dejarnos».
La Octava Cumbre de Río contradice la resolución 940 de la OEA, y entiende que si bien se necesita un cambio definitivo en Haití, ningún gobierno puede ser conducido por las armas de otro o del resto de gobiernos de mundo, o contar con la democracia que los demás desean. La correspondencia entre desarrollo y organización política no germina de ninguna invasión bélica.
La crisis de Haití no amenaza a nadie, mas que a ellos mismos. Ahi existe una brutal dictadura, rezago de Papa Doc y de Baby Doc, de esa horrenda pesadilla de las últimas decadas. Es imprescindible la presión internacional, pero el uso de la fuerza armada no es la mejor arma. En Haití está presente lo primitivo del subdesarrollo, su arma mas poderosa es la magia negra.
La invasión a Haití y el bloqueo a Cuba son éxitos moribundos de una política que ha quedado atrás ante la conciencia mundial, expresiones de la desmesura de la única gran potencia mundial, del inaccesible desequilibrio social. Van contra los tiempos actuales, contra la naturaleza de los requisitos de libre comercio, de la libertad económica y de la unidad de comprensiones de la evolución del derecho universal.