Presupuesto cristalino

El gobierno de Durán-Ballén asume con plenitud absoluta y sin respuesta nacional las demandas y presiones del mundo exterior.  Se le impone el libre cambismo reducido en su misión, la venta del sector económico estatal, el impulso a un proceso económico sin filtro ni matiz de representación nacional (porque no existe, porque hay resquebrajamiento total del régimen político ecuatoriano y el nuevo momento del mundo no ha creado todavía sus representaciones).  La brutal desnudez del progreso económico arrasa con millones de seres humanos  marginados.  La competencia va imponiendo la supervivencia del mas fuerte.

En este contexto el conflicto desatado alrededor del presupuesto evidencia la fragilidad al poner en cuestión la integridad y eficiencia de dos funciones del Estado, la Ejecutiva y la Legislativa. Está en juego la capacidad de la actual estructura del Estado para cumplir con sus obligaciones.

El Congreso tenía dos tareas fundamentales: una, la reforma constitucional; y otra, el análisis y la redefinición de políticas del presupuesto.  Después de la reestructuración del Estado, la tarea mas significativa era el presupuesto.  Estos imperativos  marcan el porvenir inmediato del Ecuador.

El Congreso no discutió la finalidad de la composición del presupuesto ni los volúmenes de inversión, acumulación y consumo.  Lo que el presupuesto concreta el Parlamento no lo discute.  Así la disputa resulta superficial, repleta de apetitos y ansiedades inmediatistas, carente de nociones estratégicas para la economía, la política y la historia.  Los términos legales y la jurisprudencia se usan a veces para ocultar la vacuidad de la seudo-reflexión sobre las demandas del presente.  Esta es la tragedia de la puesta en escena donde actúa el Estado.

El presupuesto es de los mas importantes instrumentos de política económica, materializa el sentido del desarrollo, define la orientación de la economía y refleja -sin mediaciones- las condiciones internacionales. El presupuesto puede ser instrumento de conservación y crecimiento, pero esta vez también es reflejo de cambio.  En él se plasma la política fiscal y monetaria, ordena complejas motivaciones y consecuencias sociales y configura una de sus expresiones cuantitativas en el proceso de los egresos e ingresos del Estado.

El Ejecutivo sí tuvo y tiene una política respecto del presupuesto. En el Ejecutivo se gesta una estrategia clara de los cambios que pretende. Mientras el Congreso no define ni los cambios a los que se resiste ni los que propone.

Desde el 92 hasta ahora, advertimos superioridad del Ejecutivo frente al Congreso.  El Ejecutivo va definiendo las pautas de legislación que ocupan al Legislativo.  Y el Congreso es colaborador por omisión de la continuidad de la política del Ejecutivo.  El Ejecutivo conduce ciertas tareas históricas del presente, fuerza motriz de su administración, avanza económicamente y atropella socialmente, ante el alboroto cotidiano y el silencio histórico del Parlamento que amontona anhelos elementales.

De otro lado, la situación electoral pesa. El Congreso redujo el tratamiento del presupuesto a la distribución de un excedente encontrado tardíamente hacia las demandas de diversas capas sociales en cuyo nombre debían realizarse asignaciones inmersas en un laberinto ético que gasta el 90% de ellas antes de que alcancen su cometido.  La distribución de los 682 mil millones responde esencialmente a la potencial transformación de los demandantes en clientes, distribución de pequeños beneficios, para cosechar pequeños poderes.

Un mundo se derrumba en el Ecuador y otro nace de las entrañas de este pantano.  El desgraciado triunfo de la despolitización es un obstáculo por superarse.  También los teatrales enfados ante la corrupción.  Por ahora se desnuda una sociedad moralmente extenuada.