Metamorfosis de la ID

(…) y en 1988, los objetivos del partido eran claros.

Pero en 1995, las cosas han sido muy diferentes.

Rodrigo Borja

La corriente financiera que nace con Rodríguez Lara asumió la hegemonía económica durante un gobierno que no había pensado representar ese poder especulativo. Por eso Rodrigo Borja confiesa su asombro al comparar los tiempos de luz con los de sombra:«en 1988 los objetivos del partido eran claros…». Meses mas tarde se opacó la perspectiva.

La polivalencia impregnó las decisiones; la ambigüedad manchó el hado de su régimen y la oscilación entrampó sus medidas de comercio entre productores del agro y exportadores. El espacio común que la DP y la ID encontraron en el frente económico se sumó al relativo desconocimiento a importadores, comerciantes al detall, artesanos y trabajadores independientes hasta causar, desde entonces, un abierto resentimiento partidario hacia su gobierno.

El dominio de los grupos agroexportadores nunca fue suficiente para transformar el ingreso de divisas en inversión industrial. El mercado mundial todavía se afanaba motivado por la creciente diferenciación de las economías nacionales, y apenas se insinuaba la presencia de inversiones productivas que podrían contrarrestar el atraso. La producción internacional inauguraba relaciones económicas no visibles para los ojos absortos y anclados en el pasado inmediato, invasor de todo su presente y pequeño futuro.

La doctrina de izquierda democrática devino en textos puros al margen de la realidad y del ejercicio de su representación. La ruptura incorporó a la ID al torrente populista que absorbía todas las imágenes políticas.

La ID inició esa agonía con el gobierno de Rodrigo Borja -uno de los presidentes de mas elevada moral en los últimos 25 años-, había cruzado un mar de dificultades y ahora encallaba en la arena. Ello iba a dar fin a formas de su existencia, de su estructura ideológica y organizativa. Los dirigentes históricos ofuscados por «el buen gobierno» no se percataron de que su vigencia había concluido, mientras «la plebe» se consagró a la ficción donde todo y todos eran manejables -supuestamente cada uno por su propio arbitrio- aunque el conjunto lo sea por el destino que reorienta el poder.

Entonces el sistema político, el Estado y el ordenamiento social desataron su debacle.

Para el quehacer político de la ID, la dificultad radicó en la supervivencia del pasado, a la que se añadía la doblez populista: el espíritu gobernante y opositor, todo a la vez, simultáneamente hacedor e impugnador de estas sus circunstancias.

Las corrientes universales que integraron la ID abandonaron repentinamente el partido igual que el alma cuando se separa del cuerpo. Quedó el recuerdo de cierta utopía, mezclado de ilusiones y apariencias que se denominó socialismo democrático, y éste, sin política. La huella del ancestro liberal y socialista de izquierda democrática estaba presente como un fardo en esa estructura política. Y se marchitaron prematuramente sus grandes disputas internas.

El fenómeno mundial que estremeció a la ID descubrió la ruina de los partidos. Y como maldición, se sumó a todo esto el aparato financiero especulativo que impuso frescas condiciones a la política y al quehacer del Estado.

Así desfallece la ID, no por su política de alianzas de hoy que no es causa, sino consecuencia de su agonía. Su sacrificio se ejecuta en nombre del actual sistema de relaciones políticas. Para una democracia en descomposición la existencia de cualquier partido solo preocupa y argumenta en la medida en que corresponda a las tendencias del poder; si no, la vida de un partido, ha sido -o es- solo un simulacro, un sueño de pocos o muchos.

Los reveses mas grandes no se miden en votos, sino por la impotencia para pensar, la ausencia de toda iniciativa, el fin de la imaginación, la defunción de la palabra, únicas y verdaderas derrotas.