Elecciones premonitorias en el Congreso

La jornada del 10 de Agosto en el Congreso tiene importancia en la evolución política de estos días, evidenció a la minoría que controla el Poder, pero no a los ganadores. La visión del tropel de ánimas en mayoría no es de suyo el interés triunfador, quizás es simplemente su apariencia y su anticipación.

Horas después, el Presidente de la República también sintió la pérdida; la falta de quórum exhibió la ausencia de la fuerza ganadora. Todo se sumó como síntoma de un proceso incipiente que va a modificar la correlación de fuerzas políticas, los prejuicios, estados de ánimo y las comprensiones del momento.

De esto no se infiere que quienes conformaron «la fugaz» mayoría legislativa estén juntos en la próxima contienda electoral. Ellos no, pero sí los intereses prefigurados por ellos, los movimientos sociales que reclaman un liderato de la diversidad ideológica, política y social lo que también vaticinan las elecciones en el Congreso.

Decir que la izquierda o el centro-izquierda toma el liderazgo oscurece la realidad, a pesar de la supuesta facilidad de comprensión inmediata que ofrece, desvirtúa movimientos fundamentales de la sociedad que van mas allá del uso simplista de las tendencias ideológicas.

La fuerza política que represente la mayor pluralidad del país -no la que la amontone electoralmente- podrá conducir no solo el Congreso, podrá impulsar cambios por los cuales el Estado sea instrumento de la nación en su conjunto y no instrumento de usufructo de una élite impune.

En el Congreso triunfó una premisa política aún espontánea: la exploración de un liderato de la diversidad. Fue un sondeo de un tiempo por venir.

Se ha producido cierta fisura entre el presidente de la República y el vicepresidente. El presidente es el simpatizante, el puente con el oficialismo del PSC y el vicepresidente, el motivo, la piedra de toque de la oposición socialcristiana. «Moeller reconoció -según el diario Hoy, agosto 11- que contó con la simpatía de Durán-Ballén, pero al ser interrogado sobre si tuvo el apoyo del Gobierno, se preguntó: ¿qué gobierno? Hay dos (…)». Fue una precisa proyección del desdoblamiento del PSC.

Dahik no era partidario de un candidato socialcristiano a la Presidencia del Congreso, carecía de candidato. En cambio, Sixto estaba seducido por las virtudes que posee Heinz Moeller. Así se expresaron algunos elementos que podrían perturbar la comprensión del hecho.

No estuvo en juego el juicio a Dahik, que de darse, sería su triunfo político. Para el PSC, su derrota. A no ser que el PSC no se limite al contraataque, sino que proclame los cambios que el Estado requiere para superar sus propias y descompuestas razones. Pero esto no es fácil, el PSC está demasiado abrumado por los éxitos, las encuestas y prematuros espejismos del 96; la imagen del laurel le pertenece; es la primera fuerza, la conductora de las masas, la garantía de la resignación social y sobre todo, la propietaria del 50% + 1 del electorado, visión accionaria de los cautivadores del pueblo.

Fabián Alarcón fue el símbolo de lo sucedido en el Congreso. Su capacidad de conciliador generó consensos y modificó actitudes, fue un factor de la derrota de los «perseguidos por todos».

Al caer la noche del 10 de agosto, la ausencia del interés triunfador y de los diputados socialcristianos le impidió al Congreso cumplir el rito de escuchar el informe anual del Presidente. El rito en la política es tan importante como en la religión. El ritual se postergó.

En cualquier caso, nada será igual, la hegemonía ya no es la misma en todas las funciones del Estado.


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