El discurso anti-Dahik de LFC

Más allá de la apariencia ética, de las imputaciones mutuas entre Alberto Dahik y LFC, está presente una disputa, la controversia entre el presente y el pasado en el seno del poder.

La política de ayer se cubre los ojos al reducir la reflexión a la contabilidad de quién, cómo y cuánto robó el uno o el otro. Para ese balance bastaría (siguiendo a Proudhon) preguntar quién es el más rico.

Pero, la real magnitud del conflicto radica en las fisuras del poder económico moldeadas por la obsolescencia del sistema y las presiones del actual orden económico mundial, aún sin representación propia.

LFC se convirtió en un signo político durante el momento culminante (1984-88) de las economías nacionales. Su imagen e ideas quedaron marcadas por la guerra fría y el maniqueísmo. Su visión del presente no cuenta con otra dimensión que la que miden los patrones que le aporta su experiencia presidencial, la última de esta derruida historia de la cual él es exponente.

Dahik expresa intuiciones y actos de fe profundamente vinculados con la economía que insurge rompiendo todas las fronteras y los marchitos principios ideológicos, morales, políticos de las economías nacionales. El carácter despiadado de esta visión se manifiesta en el renunciamiento a la causalidad del proceso económico y sus derivaciones sociales, lo que ubica su política económica al margen de toda conmiseración social. Se diría que, según el pensamiento de Dahik, el gobierno ha de ceñir su acción al curso de la economía inevitable, y dejar que la vida y la muerte se encarguen de lo demás.

LFC invocó todo el pasado que pudo en contra de las maldades de Dahik (su presente) y aunque se haya quedado exclusivamente en el horror que supuestamente le produce la moral del vicepresidente, en rigor, no hizo otra cosa que falsificar tiempos pretéritos con la invención idílica que las palabras simulan. El discurso anti-Dahik de LFC es la fatiga de su legado.

LFC y sus adictos podrían gastar en encuestas y marketing que conduzcan a la ejecución de Dahik mil veces mas que lo que le imputan haberse apropiado. No obstante, por ese camino jamás recuperarán sus presuntas razones, menos aún si Dahik llegase a animar el fuego de la memoria sobre los gobiernos socialcristianos.

Pero la ausencia de la moral y la política del nuevo orden impiden a Dahik escapar de la vindicta de los invisibles y remotos prejuicios que castigan su desprendimiento.

A Dahik lo debe enjuiciar la Política, no la rabulesca moral de la política judicializada para entregarlo al morbo del graderío. El país espera algo mas importante que cualquier condena: asumir el real significado del presente, las potencialidades perdurables de la economía nacional, la inevitable renovación política para acceder al nuevo curso del mundo y la condición humana desde donde hay que enfrentar la reciente Historia.

Por ahora se amontonan las piedras de la discusión haciendo una montaña de elevados pretextos que envilecen el espíritu social, mientras se forjan febriles simulacros y se distribuyen una mitología y evidencias de crímenes y ridículos.

La idea de la corrupción no es neutra, parafraseando a E.M. Ciorán, el hombre la anima, proyecta en ella sus llamas y sus demencias; (…) se inserta en el tiempo, adopta figura de suceso: [es] el paso de la lógica a la epilepsia (…).

Así ha nacido el nuevo mundo vestido de esta farsa sangrienta. Hegel lo señaló, la historia a veces manifiesta su avance por el lado mas malo.