La mayoría de noticieros, comentarios y entrevistas ha adquirido algo de la violencia embrutecedora de la TV. El aluvión de datos alucinantes gesta ocupaciones anonadantes. La TV demuestra y exhibe fácilmente seudo verdades-soluciones-técnicas-conocimientos y con ellos perfuma el pronunciamiento social, el eco de su propia voz.
Así convierte su opinión en opinión-pública. Nada rebasa los prejuicios; la información puede caer en el terrorismo en nombre de la libertad. El único correctivo sería la autocrítica, pero desgraciadamente aún es temprano. La política ha sido reducida a la crónica roja y el dictamen social, al rumor premeditado.
Algunos «medios» y sus políticos -tan atrasados como el país- encuentran en la disputa y la confrontación la fama y la celebridad; están repletos de pasiones negativas y listas negras; abordan la corrupción igual que el pecado o tal cual una infracción legal. Cuando se asustan por la desmesura que desatan se refugian en «los problemas estructurales», y se abunda en factores secundarios que intoxican y substituyen la conciencia por sus caricaturas.
Cuando la sociedad se enferma de pesimismo vano y de optimismo ridículo o estéril, mantiene acusaciones monstruosas e individualizadas en nombre del poder y una minúscula fe calculada. Ese conjunto (hoy modernizado) anuda y asfixia el entendimiento y da paso a la insistente degradación que se impugna.
El hombre-masa enredado en la emotividad negativa caza «perversos» para sentirse moral. Pero quienes cultivan esa ética se lavan las manos. Es el triunfo, dicen, de la justicia; no, de ellos.
No hay lesión mas honda para un pueblo que aquella que le propinan «informándole» que el mal nace de los políticos (ajenos), que la justicia es mala por estar politizada (así la política, en la que inevitablemente está inmerso un juez, se vuelve sospechosa de parcialidad y de injusticia. Como si los jueces pudieran existir fuera de la historia, de las condiciones sociales y de sí mismos), prejuicios que sirven, además, para tantas falsas batallas. En nombre de éstas, un grupo del poder puede reconquistar el gobierno nacional, los gobiernos locales, la mayoría parlamentaria, el control de la función judicial, incluso la razón de Estado y, a la vez, la sinrazón de la oposición y viceversa, también.
Preocupan las «cosas concretas» (las únicas que al pueblo interesan, según los propietarios de la voluntad electoral): agua potable, alcantarillado, caminos vecinales, energía eléctrica, canasta barata, buenos salarios, horizontes que se alejan frente a ese fraudulento andar.
La puerilidad y la superficialidad política que se distribuyen desde ciertos medios y políticos hacen de la palabra «obra» el supuesto esencial de cualquier conducción estatal. No, el sentido del desarrollo que argumenta en favor de nuevas relaciones, estructuras, técnicas e ideas por las cuales una nación avanza sobre las adversidades que supera.
Las obras verdaderas son huellas importantes en la evolución, pero las relaciones que las constituyen, las funciones de su existencia y su trascendencia en la organización social definen sus cualidades.
Algunos medios de comunicación son ante las circunstancias, lo que un muñeco, al ventrílocuo. Ahora les corresponde ser émulos de «la calma» que viste el titiritero después de la tormenta.
Una masa sin política y sin ideas que clama únicamente por patíbulos y obras impostoras es víctima de la mas aguda ruina de sus líderes y de su propia fuerza.
Hay momentos en los que la política aparece secundaria. Todo acude a los beatos tribunales de la ley. Se diría que no nacen aún las ideas-representantes de los procesos nuevos. Este presente podría ser uno de ellos.