Importancia del diálogo Leoro-Tudela

La reunión de cancilleres de Ecuador y Perú marca un hito en el tratamiento del diferendo territorial. Asistimos a un instante de conciencia simultánea. A pesar de la distancia de las dos posiciones, se trata de posturas preliminares en pos de una frontera.

También es momento de tensión, porque las negociaciones entre Estados suelen incorporar entre sus argumentos la fuerza. En el Perú hay toma de posiciones que advierten. Y el Ecuador esgrime su tesis de dotar a los pueblos de frontera que hermane y asegure decisión de paz verdadera.

La presencia del canciller peruano y el diálogo Leoro-Tudela conforman la fase preparatoria y exhiben una disposición trascendente. Se involucran anhelos colectivos, el hombre común de Ecuador y de Perú sabe que sus Estados quieren suprimir el fantasma de la guerra.

El reconocimiento del conflicto es un buen comienzo. Ningún desacuerdo debe provocar la separación en la mesa de negociaciones. Podría ser grave.

El Canciller peruano ha calificado de ominoso el tratado de no agresión propuesto por el Ecuador. Y esto es comprensible. Todo tratado de esa índole supone sospechar que las partes puedan agredirse. En el caso de Ecuador, no hay dificultad en admitir esa sospecha, se trata de antemano de un llamado a la solución pacífica. Para el Perú, un tratado de no agresión es casi una denuncia de la historia de límites. Por eso, la impugnación y la calificación de ominoso pone en evidencia un sentirse inculpados.

Un tratado de no agresión no es garantía de supresión de la beligerancia armada. Las guerras mundiales se desataron después de numerosos tratados de no agresión. Cada vez que se firmaba uno, se abría otro frente de batalla. No obstante, a fines del XX es necesario reconocer la importancia de las declaraciones en las relaciones y el derecho internacional. Más aún en los previsibles avatares de soluciones indefinidamente pospuestas.

El pretendido tratado de no agresión no es requisito sine quo non hacia las negociaciones, pues bien podría darse en el curso de éstas, sobre todo en caso de que ellas entraran en un callejón sin salida. Ahí no podría ser considerado ominoso, sino imprescindible para los dos países.

Una negociación de esta característica nunca se reduce exclusivamente a argumentos, las partes ponen en juego sus potencialidades, la violencia y la fecundidad benéfica de que son capaces. Además, todo Estado concierta a partir de los requerimientos de su palabra, la convicción social, la situación y disposición de las partes involucradas y la dirección del curso mundial en el que está inmersa la negociación.

El Perú mantiene este diálogo desde una posición de fuerza y, de otro lado, el Ecuador, esta vez, entiende y está en posibilidad de ofrecer cierto equilibrio. De ahí que cobra significación la posibilidad de un acuerdo desde la voluntad de los dos Estados.

No hay estrategia del desarrollo al margen de la buena vecindad. Los ecuatorianos necesitamos un Perú hermano, y los peruanos, un Ecuador también hermano. Nuestras diferencias nacen de la Colonia. Después de siglos, de ella somos víctimas, pero inevitablemente también responsables de dar una solución que haga del presente la fuente del derecho -quizás de otro derecho- que nos permita conquistar la paz, salir del aislamiento, del terrible desconocimiento mutuo y liquidar el subdesarrollo.

Este es el significado de esta reunión, de la cual se ha alcanzado lo que podíamos esperar, un paso positivo más en el tratamiento del conflicto.


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