La imaginación, uno de los mayores estímulos para los movimientos sociales, nunca logra la positividad de sus alcances si sus fantasmas pretenden substituir la naturaleza.
La realidad virtual, categoría que la computación aporta a la práctica y el pensamiento, ha sido asumida por la política de la decadencia para imitar apoyos alucinantes. En el lugar de las masas reales, están las masas virtuales que cada candidato ‘opcionado’ a líder de Estado lleva consigo. Un video exhibe la grabación de una muchedumbre real para contagiar de ánimo a la pasiva recepción individual y suprimir el tedio colectivo; no obstante, las emotividades del video corresponden a un movimiento virtual.
Las masas virtuales, forjadas con la tecnología de fin de siglo, no subrogan a las masas reales que hacen los sismos de la historia, como se hacen todas las cumbres y todos los abismos.
Las masas, se ha dicho, hacen la historia. Y ese decir se constata en los espacios a los que la especie humana concurre como individuo, pueblo, nación.
Sin embargo, en toda transición se inicia y concluye un corto momento de aparente subrogación de estas masas: el evidente tedio (o inutilidad) de ellas respecto de sus intereses, un cabalgar del «espíritu colectivo» en los medios de comunicación y no en las gargantas ni en el quehacer político de millones de hombres. Ha sido desplazado el número de la población por el entrevistador que pregunta o insinúa en nombre de todos y el entrevistado que responde o divaga en nombre también de todos. Los que hacen el montón, a duras penas cabecean o se inclinan con el aliento o desaliento de la información.
Y para bien de esta subrogación, una técnica fácil y digerible ha devenido la ventana del estado de opinión de las masas. Ella ocupa la intensidad de la disputa y libera a los candidatos de exhibir otras virtudes que no sean la pertenencia a los equis puntos del primer puesto, al pelotón que va segundo, al de los rezagados y a aquel que no está en ningún lugar de la preferencia.
Esta opinión virtual corresponde a la de las masas virtuales frente a candidatos reales y ficticios que podrían terminar siendo mandatarios protectores de los beneficios rápidos que brotan de las circunstancias del agobio social. Es como si las masas no existieran ni fuesen necesarias. La calma sola. La calma que advierte sin el éxtasis de la victoria ni la depresión de la derrota. La calma plana como el océano en un momento sin viento ni fuerza interior, o igual que el páramo solitario de lejanos y quietos horizontes, cuyo pajonal ha olvidado el fuego y las erupciones inconmensurables.
Se diría que se ha engendrado una política de ficción y de mandatarios, masas y opiniones virtuales que plantean problemas y soluciones virtuales.
Mas allá de la literatura de ficción, este segmento de tránsito es solo una pesadilla ante la impotencia de las masas, la alucinante presencia de masas virtuales con las que debuta la espantosa visión de una política moribunda de la que se nutre «la historia universal de la infamia».
Fueron gigantescas desobediencias, aplastantes y degradantes acatamientos o inmensos saltos colectivos los que marcaron el movimiento real. Las masas aportaron escenarios, actores, intereses y fronteras.
El tiempo humano pertenece a la fortaleza de la presencia de las masas. Si no, no transcurre.