El asilo a Dahik

«Indignación por asilo a Dahik» rezaba el titular de un diario. Otro medio precisaba «indignación en filas socialcristianas». La concesión del asilo en Costa Rica alentó y exasperó el odio cultivado y puso en marcha otro motivo para uso de la política judicializada.

La estigmatización de Dahik es una de las más poderosas evidencias de su derrota política, pues ahora «todos» son sus acusadores y han perdido la memoria respecto de las causas de la contienda real para removerse en las cómodas redes y disquisiciones de la ética penal.

Se pretende ocultar y olvidar el carácter esencialmente político del conflicto LFC-Dahik. En esta disputa, el triunfador -hasta ahora- es LFC. No importa que Dahik haya sido absuelto por el Congreso o que en la CSJ se le condene. Este combate se libra en el seno del poder y su desenlace final no está en los juzgados ni en la suerte individual de sus actores.

Se ha sembrado la fobia en todos los rincones. Basta escuchar a los contrarios de Alberto Dahik, a la envilecida «opinión pública» y la facilidad con que la saña se apodera de los justicieros para advertir qué conduce esa abominación. El enjuiciamiento a Dahik disfraza -a pesar del buen juez y de cierto candor legal del fiscal- la naturaleza de los intereses en pugna. Incluso mujeres y hombres justos son enrolados en causas de consecuencias ajenas a lo que pretenden sus propias voluntades. El control ideológico es tan abrumador que ha conducido a la mayoría de la población por cauces manipulados de la lucha contra la corrupción.

Dahik quebrantó normas y costumbres, lo que permitió llevar el conflicto a un uso judicial, técnicamente eficaz, a un tratamiento casi penal, casi administrativo, casi apolítico, casi «sin nombre», al decir de uno de sus defensores.

Las valoraciones éticas pierden la universalidad que exige la reconciliación de la moral y la política, y se reducen a las ventajas que obtiene quien mal-dice y se detiene en los gastos reservados.

Juzgar a Dahik por el manejo de los gastos reservados debió -desde sus denuncias- significar y reconocer la crítica que él hizo a la estructura del Estado que reclama en toda actuación una especie de gasto reservado. ¡Qué más «reservado» que «prestarle» a un banco la décima parte de la reserva monetaria internacional después de negociaciones y estudios casi secretos, y proclamar que se trata del mayor acierto de la técnica monetaria! ¡Qué más «reservadas» que las acusaciones que Dahik hiciera, transportadas hoy a las tinieblas?

Sería más fecundo reflexionar sobre las acusaciones que Alberto Dahik hizo (incluso a sí mismo como mandatario) respecto de la ruina que manifiestan las funciones del Estado y el tráfico de relaciones ineficientes e inmorales entre diversos representantes y niveles.

El Ecuador debe orientar su fuerza y emotividad a los cambios y superación de sus instituciones. La proximidad entre el encono moral y la crueldad política mantienen la opinión pública clamando venganza desde el moralismo y el vacío.

Momento desgraciado de la conciencia social. Lo trascendente hubiese sido desatar su fortaleza en pos de una gran transformación y no de la filistea y anonadante persecución de un «culpable». Esto habría sido más importante que la reducción del caso a lo planteado en la CSJ.

Cazar a Dahik -también forma de expiación y aprovechamiento- es consigna espontánea transportada por los antagonismos del poder a la sociedad, que es obligada a tomar parte por uno u otro o contra los dos, dentro de la «justicia penal».

Ir más allá será un gran salto para el espíritu, la comprensión social y el país.


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