Escenario y libreto común

Las economías nacionales se van disolviendo paulatinamente por la universalidad de un modo de producción que se gesta. Las aproximaciones a él y sus ritmos varían según la evolución de las estructuras políticas. Mutaciones de una misma e inevitable fase de la Historia.

Esas estructuras expresan desigualdades. Las élites del subdesarrollo generalmente se han enriquecido en las funciones estatales como beneficiarias del atraso. La corte de esas élites se conforma con las viejas relaciones y sus recursos oficiales. Su caducidad se halla hoy en venta. Se vende lo caduco como si se vendiera ‘oro viejo’. Tales élites se sienten herederas del andamiaje que «construyeron» sus ancestros, en el que formaron su riqueza a costa del Estado, de su adiposidad, de todo aquello de lo que hoy debe ser despojado para volverse eficiente. Esos despojos son a su vez piedras preciosas que tienen como destino las jóvenes criaturas del mismo poder.

Con el nuevo orden internacional cayeron supuestamente todos sus oponentes, «desaparecieron los de arriba y los de abajo», han quedado los pobres a los que «hay que servir» para alcanzar «bienestar, excelencia, equidad, eficacia, productividad, calidad total…». Palabras que, sueltas y pronunciadas sin conciencia, están destinadas a conformar la apariencia de autenticidad y saber, que se aplaude en todas las declaraciones.

Cualquier rincón del planeta conforma el escenario común, cuyos actores juegan roles tradicional y espontáneamente distintos. Las políticas sociales matizan las comprensiones e imperativos de la producción. Las políticas económicas, esencialmente las mismas, varían mínimamente por las políticas sociales. El ajuste será de shock o gradual, la privatización acelerada o corporativa y lenta, el Estado asegurará bancos o garantizará la competencia, las inversiones señalarán el sentido estratégico del desarrollo para enfrentar lo inmediato o serán simples capitales especulativos.

Los grupos hegemónicos que conforman el poder y disputan la representación dirigente del gobierno, no escapan de la inercia. La continuidad es su leitmotiv; la fuerza, su instrumento de orden y legitimidad; la violencia, el argumento mas poderoso. Todo, suavizado por la ‘capacidad’ del líder.

Una distinta posición pretende representar la diversidad económica, social y etno-cultural. Supone que las brechas que abre la política económica deben contrarrestarse con políticas que busquen la representatividad del conjunto, medidas que contrapongan equilibrios sociales al ritmo de la transformación requerida, para lo cual la organización de una forma de Estado mas elevada, será posible y necesaria.

La política económica, en todos los casos, tendrá semejanza no solo por la transición internacional, sino por las relaciones del país con esa transición.

La competencia y la productividad exigen revolucionarios procesos técnicos y reducción de las brechas sociales. Si no, no habrá competencia posible. La naturaleza de la economía hace de cada país una fase que responde a niveles de calidad y a un tipo de excelencia que se impone.

Hoy es posible negociar la deuda externa desde otras condiciones. Ese pago no debe lesionar las relaciones mutuas ni impedir la aproximación de los grados de desarrollo.

La pobreza es un problema continental y universal. El trágico atraso de América Latina -también enorme problema para EEUU- convierte en el plano poblacional a cada niño que nace en una bomba. El incremento de la miseria de América Latina puede invadir Norteamérica. A estos remozados bárbaros no se los contiene levantando murallas, sino a condición de degradar las nociones y aspiraciones plenamente humanas de la libertad.

‘Los condenados de la tierra’ se reproducen en el subdesarrollo y constituyen un virus antiguo recientemente reactivado, invaden las metrópolis, son transnacionales de la miseria que subyace en el escenario común, la economía mundial, miseria a la que nada ni nadie podrá eludir, sin suprimirla.