El fascinante credo del viejo poder

En pocas décadas, el poder tradicional ha reengendrado un arma «superior» capaz de contrarrestar cualquier desajuste en el control social.

Se trata de potencias propias de una historia que se deshace: política judicializada, justicia politizada y moral de ocasión, también judicializada,que generalizan creencias, embotan el instinto y subliman los pareceres del control social. Por añadidura traman y monopolizan la acústica social sensibilizada para sus obsesiones, miman los prejuicios públicos, acarician las apariencias que licencian todo en la política. En estos quehaceres se repiten gestos y quejidos de agonía por la decadencia. Las ideas agotadas congelan el tiempo; el pasado toma el lugar del presente.

En el subdesarrollo, la «espontánea» pasión penalista -fuente de la virtud de moda- apenas altera la evolución de actos de fe, documentaciones de la infamia e ideas fijas. Los escrúpulos que la dominación usualmente pone en escena se circunscriben a esa moral de ocasión.   Los dos procesos, la justicia (también de ocasión) politizada y esa mínima moral, nutren y enclaustran la política judicializada. Así se rearman los despojos ideológicos del obsoleto poder.

En varios países de Latinoamérica, las ideas costumbristas de control han sido ubicadas en la reserva junto a aberraciones y obcecaciones ancestrales. Se ha consolidado y extendido en su lugar un transitorio proceder judicial que dilapida licitud y legitima situaciones requeridas. Si se persigue un mal no tipificado en la legislación, la política judicializada lo resuelve y la cuasi-moral lo aprueba, sin problemas. Los vínculos entre la cuasi-moral, la cuasi-justicia y la política criminalizada son armónicos y sonoros. El conjunto conforma el fascinante credo del viejo poder político.

El Ecuador se abandona subdesarrolladamente a esos momentos. El éxtasis y fervor por la disminuida causa de la anticorrupción exhibe su pequeñez histórica.

La ineficiencia del ánimo justiciero se manifiesta a plenitud en la imposibilidad de descubrir y enfrentar las motivaciones de la corrupción.

El marchito poder persigue nombres y no causas, porque en las causas se encuentra él: tendría que atraparse a sí mismo, terminaría siendo lo que es, el responsable de la corrupción en general. La persecución que escenifica realiza la «justicia» del vencedor y entrega a la vindicta pública los «delitos» de los vencidos.

Si se criminaliza la política, la ética degradada pone en marcha la atracción infalible de la crónica-roja-política y arrastra consigo presencias masivas, plebiscito práctico (dicen), en cuyo nombre se puede volver constitucional cualquier hecho. Las elucubraciones acerca del»plebiscito» competen a los jefes reales de intereses ajenos a los populares del movimiento de febrero. El plebiscito puede ser imaginario para»legitimar mejor» el arbitrio de la caduca jerarquía política.

Las canonizadas cuasi-moral, política-criminalizada y simulada justicia encuentran protectora impugnación y prototipos en los experimentados políticos de palacio, permanentes beneficiarios del viejo Estado. Ellos están siempre al borde de «dar fin a la corrupción» y de alcanzar la «depuración que las jornadas heroicas reclaman» al ofrecer licuados los «peces gordos»para saciar la sed de justicia, porque la obsesión de la conducida psiquis es enorme y corre el riesgo de desfallecer por culpa de un magro menú de sardinas. (Sabido es que ningún poderoso, curtido en la ocaso, es pez sino, pescador).

Esta búsqueda ocupa diálogos, testimonios, deducciones, visiones, presentimientos, porque el fascinante credo tiene magia, convierte a sus fieles en testigos del mal -jamás del bien-, hace de cualquier información que abone a la creencia generalizadaprueba suficiente.

En rigor, se trata de presuntos mandatos que excusan a las masas y sus élites de pensar en los procederes del poder. La colectividad permanece de espaldas a la importancia y papel de la economía, la política, la comunicación colectiva. Se anula la percepción de la distancia entre sus reivindicaciones y la doctrina que practican. De esta manera se ocultan las determinaciones de los quehaceres de su existencia, también de los actuales procesos mundiales y su significación. Nada de eso entra en la preocupación multitudinaria. Las muchedumbres y las personas han sido dotadas de una ocupación que embarga y enciende los estados de ánimo: nombres, nombres…

Perseguir aisladamente nombres garantiza la continuidad de las causas que los estigmatizan. Un presunto ladrón -acusado o no- no revela el problema ni la responsabilidad del orden que lo engendra. La corrupción es mucho mas que robar; y ser moral, mucho mas que no robar. Subordinar la anticorrupción simplemente al rastreo de fugitivos valida la Inquisición.

Ningún nombre, independientemente de su significación, equivaldría a un ápice de lo que es preocupar y ocupar al pueblo, a trabajadores y empresarios, por ejemplo, del terrible agravio de la educación atrasada, de la falta de un sistema nacional de salud, de la economía especulativa elevada al rango de política de Estado, de la deuda externa que excede a la corrupción del siglo, del crónico rezagamiento tecnológico, de la ruina de la estructura estatal para la cual los políticos judicializados no ha sido capaces de ninguna reforma trascendente y han terminado por revestir al país de comisaría corrupta.

La lucha contra la corrupción supone romper la frontera judicial de la anticorrupción y dotarla de historicidad; esa lucha no debe contraer el Estado a un Estado judicial; ni la comunicación, a la noticia judicializada. Al paso que vamos, los presidentes terminarán siendo interesadamente inocentes o culpables. La historia exige mas: un Presidente estadista, no meramente juez; un parlamento legislativo, no sórdidamente juez; jueces, jueces; y un pueblo creativo reconocido en su diversidad.

Participar en el avance de la conciencia social precisa no anclar en papeles judiciales. Un pueblo se realiza cuando su andar renueva las épocas.

La corrupción mayor que sufre el Ecuador es la postración de los de arriba y los de abajo. No el robo en el banco ni en el Estado, sino la usurpación del tiempo histórico que no consta en el Código Penal ni en la preocupación cotidiana. La padece el pueblo.

La moral subdesarrollada juega con la subdesarrollada política un ping pong de juicios y el hacer justicia se conjuga en todas las personas. La documentación de esa viciosa conducta (papeles que los días amarillarán, folios de juicios que con el tiempo se llevarán las polillas) no puede dejar memoria de lo vivido ni de los malosni de sus males, sino una incrementada miseria, la de este inmenso atraso, la de esta terrible pobreza material y espiritual que no produjo otra idea que no fuese la de la anticorrupción, sus juicios y sus penas.


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