En Ecuador, a fines del XX, el régimen político y la organización social de la economía son anclas irrecuperables para el desarrollo.
El mayor obstáculo tiene que ver con ciertos prototipos, gremios, cámaras y otras asociaciones del capital.
No obstante, la responsabilidad empresarial rebasa en mucho a la que blanden o se les atribuye a otros sectores, porque aquella atañe a fuerzas económicas en cuyas manos se cultiva el auspicio y la consolidación de imágenes y poderes políticos que detentan el control del Estado en los prolongados y conservadores momentos de la nación.
Asimismo, la mayoría de congregaciones del capital tienden interesadamente a subordinarse con facilidad extrema ante la arrolladora superficialidad vigente, ofrecen aclamación a cualquier prejuicio social o dogma colectivamente aceptado. La moda en la palabra disfruta de un poder seductor, tan grande como la tasa de ganancia, así la una, a veces, se metamorfosea en la otra.
Esta actitud del poder económico agrava la tragedia, no solo por la falta de exigencias al sistema y actores políticos, sino también por la ausencia de responsabilidad autocrítica respecto del destino colectivo, por la escasa preocupación ante la inercia de sus propias empresas, por el carácter accesorio que le asigna a la capacidad inventiva, por el tratamiento anecdótico de los cambios en la estructura y funciones económicas del Estado.
El estancamiento del país se proyecta desde el desconocimiento de la productividad del trabajo como referente de todo el quehacer económico, también por la paupérrima competencia o la competitividad simulada como principio, y el monopolio rezagado como realidad, y por «la culpa de los políticos» generalmente auspiciados por las mismas fuerzas económicas que los encumbran y condenan.
El Ecuador no puede encontrar salida del atraso desde ninguna de las desgastadas y exitosas figuras políticas del pasado, tampoco desde los tullidos roles de la mayoría de las entidades redentoras. Sus etnias, culturas y clases, por separado, obreros, campesinos, empresarios, no están en condiciones de hacer un planteamiento alternativo que involucre y reconozca la totalidad social. Sin embargo, es posible que el conjunto pueda hacerlo.
La reestructuración del poder económico en el Ecuador es uno de los fundamentos y de las principales bases materiales del cambio general, porque la élite de la clase empresarial y sus delegaciones políticas disfrutan del control absoluto de la sociedad, conducen a la población, incluso a sus adversarios. Han logrado separar la política de la moral y entregar la «moral a los de abajo» para catarsis y entretenimiento en papeles inquisitoriales; los de arriba se han reservado «las tareas del poder».
Superar esta forma de control es imprescindible, aunque su mantenimiento satisfaga en lo inmediato a los escogidos, pues mantener los procederes especulativos en los cuales se ha asentado su fuerza en las últimas décadas minimiza la presencia del Ecuador en el ámbito mundial e impide la salida del subdesarrollo.
La forma de reproducción del poder en el Ecuador es problema superlativo. Se trata de la reproducción de una selección aferrada a la pereza intelectual y holgazanería cotidiana de artes detenidas en herencias especulativas, rentista de la separación de moral y política, usufructuaria de un control social que no estimula creatividad en sus contrarios, a los que adormece con moralina y presas expiatorias que entrega para hacerles creer que alcanzan alguna victoria.
El síntoma mas grande y menos visible del subdesarrollo es la inconciencia del poder respecto de su retrasada hechura, de su ineptitud y confiscada iniciativa para contribuir a hacer de la imaginación social una fuerza de transformación del país.