La política simboliza el suelo donde se concibe la imaginación que el propio terruño moldea y luego la vida unge u olvida.
En Ecuador, ese piso se presenta superlativamente heterogéneo y discontinuo, las diferencias sociales crecen y, a la par, la diversidad de concepciones sobre esas brechas se simplifican. Mas pobres y menos ricos, derechos frágiles -apenas declarativos-, plural segregación étnica y cultural, oportunidades y privilegios concentrados en polos de abundancia y de vacío, el analfabetismo, el desempleo y la desinformación son espectros ambulantes. El éxodo de la desesperada población marginal, la mendicidad, la insuperable y callada esclavitud de las urbes, el crimen de estado en los bajos fondos, el delito enriquecedor arriba y la pena de muerte abajo, el manejo del poder entrampado en antagonismos inalterables, el transitorio imperio de la decadencia sobre la economía esencialmente especulativa, auspiciada por atrasados organismos financieros internacionales y la ausencia de desarrollo denuncian este peregrinar del tercero al cuarto mundo. Todos consienten que esto es real.
Este laberinto de contradicciones que conforma la base material sobre la que actúan políticos, administradores e instituciones auspicia y detiene la pretendida Asamblea. En su camino, acuerdos y desacuerdos se hacen de mentiras y verdades. Así la diversidad se niega a un intento común para salir del atraso y a ratos se vuelve irreconciliable.
En estos días se discute entre dos sufragios: dos tercios o la mitad mas uno de los asambleístas. En una sociedad con menos desavenencias y hostilidades cabría la segunda alternativa, pero aquí, en estos tiempos, las dos terceras partes ofrecen un compás correspondiente a los cambios de ideas y procedimientos para alcanzar soluciones reales. Los dos tercios son nacionalmente provechosos -así se han aprobado las más de las constituciones en el planeta-, porque la contraposición social y la visión de los contrarios es de tal desconfianza que imponer la mayoría absoluta significaría sentar bases para un manejo de situaciones sin mañana.
El cómo decidir es cuestión de principio. Y quizás, reflexión técnica y desvelos colectivos conformen el conjunto que aproxime el país a elaborar políticas de Estado, por ahora invocadas fuera de las enormes exigencias que supone su existencia.
El bloque socialcristiano presupone suya la mayoría absoluta. Pero resulta más probable, que con igual obstinación y desde otras y más amplias preocupaciones, las fuerzas opositoras sobrepasen esa supuesta mayoría. Y no se trata aquí de calcular quién va a lograr esa proporción, sino cómo adelantar un ritmo consensual de transición hacia transformaciones.
Los sistemas electorales reflejan claves, pertenecen a los contenidos, definen épocas. Bastaría mirar el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y sus fallos según ese sistema de tiempos extremos: unanimidad o veto. Mientras, la Asamblea General de la ONU, a pesar de la insepulta guerra fría, todavía no consigue que sus disposiciones sean obligatorias para las grandes potencias. Esta lógica de la fuerza o del antagonismo -en lo inmediato y por desgracia- insuperable porta efectividad plena.
Los aspectos estratégicos de la vida social, sus principios, mecanismos de decisión, formas de propiedad, utilización de los recursos, inserción en la globalización, diferenciación de los intereses nacionales respecto de las demandas de sus gremios y partidos, cuando menos, son de categórica influencia en una sociedad cargada de desigualdades y litigios excesivos que resulta imposible desdeñar lo imperativo de un consenso extraordinario.
Las soluciones y espacios de libertad que deberá conocer, otorgar y ordenar jurídicamente la Asamblea son de tal dimensión que imponen superiores concepciones y la menor resistencia por parte de los que relativizan sus reivindicaciones para bien de la realización social mas amplia.
Por eso, la integración de la Asamblea, factor de cualidad, debería ser despejada con sentido progresista. Los ciudadanos han de participar en el curso electoral bajo estipulaciones de absoluta igualdad, al margen del régimen de partidos y privilegios establecidos en el viejo orden y esto sí podría y debería ser objeto de una nueva consulta.
La horizontalidad de la política va perdiéndose, inclinándose, se vuelve vertical poco a poco, como desnudándose en los de arriba y los de abajo.
Aún nadie es dueño -y ojalá nunca lo sea- de la potencial mayoría absoluta o de los dos tercios reclamados. Bien podría acordarse que la Asamblea desenrede el sistema que adoptará para aprobar sus dictámenes. No siempre las mayorías parlamentarias son buenas, ordinariamente solo sirven a poderosas élites. Sin embargo, si reflejan los atributos de la época y de las mayorías y minorías del movimiento social, no hay triunfo mas importante que este. Triunfo que permanece entero en el horizonte.
La violencia ha sido un camino y se abre paso. Generalmente, tiene como premisas -solo premisas- paraderos semejantes a las que sufre el país, momentos de parálisis, espontánea y premeditadamente confusos. No se ven sus contendientes; apenas se proyectan impostoras sombras de palacio, ansiedades, advertencias, temores y vanidades irreversibles. Cada vez que las razones de una sociedad se anulan, entonces la irracionalidad (a veces, fecunda) se aproxima a todas las puertas y lo sutil e imponderable de la historia se resuelve.