El pesimismo social generalmente ha sido motivado por guerras, calamidades naturales, pestes, choques culturales, discriminaciones o por lo inalcanzable de la simple causa de la libertad.
El pesimismo reviste la decadencia social. A veces constituye la trágica premisa de días mejores, por la ejemplar predisposición de grupos humanos para combatir la adversidad.
El Ecuador transita un momento inmerso en la decadencia. Su pesimismo concierne a la inmovilidad estructural del Estado y la organización social de la economía. Pero, sería restringido observar únicamente esa esfera de fácil señalamiento. El pesimismo ecuatoriano tiene un poderoso antecedente en la vigencia de patológicas relaciones sociales.
Esta patología no solo está en la subordinación a una ideología degenerada, que rige los escenarios mayores. La sociedad al quedarse sin moral ha optado por el simulacro, la anticorrupción. La sociedad misma se ha convertido en suma de reos, personas susceptibles de cometimientos de crímenes, de tribunales, jueces y fiscales. Grandes medios de comunicación sentencian en primera y última instancia. Todos son sospechosos.
La fuente real y más honda del conflicto radica en el papel de la economía especulativa, la degeneración de su práctica y sus consecuencias. Esto en la «ética política» se expresa en que el tamaño de la moral depende del tamaño de crímenes descubiertos, el que mas acusa mas cerca de la virtud se encuentra.
El discurso sobre el equilibrio de los índices macros es social y económicamente perezoso. El desaliento impera ante la solidez del statu quo.
El pesimismo también argumenta desde la pobreza moral de la noticia y las míseras condiciones de recepción de la misma. La información sobre el delito, para colmo patológicamente recurrente, pertenece al círculo vicioso de la impotencia de la sociedad, frente al crimen que la enrostra. Así la fuerza colectiva se desintegra en individuos aislados, solitarios, introvertidos, enojados, sumergidos en la desolación que se justifica en la inculpación cotidiana.
Esta es una sociedad de culpables; transitoriamente se libran de ser tales los que acusan. Se desató inconteniblemente una competencia de fiscalización.
El pesimismo se expresa en haber reducido el espíritu colectivo a la información o la lucha contra el crimen. «La verdad» mora en la legislación penal, en sus tipificaciones.
El resultado de esta patología ética, política e informativa es la ceguera social inducida frente a las determinaciones de esta decadencia, la propia circunstancia y la responsabilidad del poder.
Ha nacido un extraño culto, la adoración al pesimismo. El talento virtuoso se supone pesimista; el saber, pesimista; la crítica, pesimista. Y este pesimismo crece cuando se convierte en la atmósfera que agrava la terrible fatalidad del individuo sumergido en la tragedia del atraso colectivo.
La historia filtra lo bueno y lo malo y quedan las confrontaciones de intereses, tendencias y regularidades, que es desde donde ella misma hace y rehace su naturaleza. Los actores siempre son o vuelven a ser los individuos que sin el trauma de ese simulacro moral, reproducen con sus medios el drama y los niveles del movimiento social.
La frustración de una parte de la colectividad quizás pueda significar la gran victoria de su conjunto. Pero el origen y lo terrible del pesimismo que invade a la sociedad ecuatoriana radica en el hecho de que la frustración proviene del poder que proyecta su decadencia, impone su pesar, sus comprensiones y su falsa moral. Ese poder moribundo degrada a la sociedad, depositaria de esa supuesta verdad: el crimen.
Las relaciones internacionales atrasadas catalizan este pesimismo social. Muchas de ellas caracterizadas también por una ideología criminalista absolutizan el tráfico de drogas, el lavado de dineros, las operaciones monetarias que «quebrantan» las normas del FMI, el comercio de armas por razones diversas, los costos especiales de operaciones encubiertas, los manejos ideológicos descomunales y ocultos, el control y manejo del atraso tecnológico, las ilusiones sobre la soberanía de las naciones, el intercambio desigual de obligaciones, la deuda externa premeditadamente entregada a debilitar la capacidad de pago de estos Estados, la productividad del trabajo, estancada en el Sur, fuera de la reducción de la brecha tecnológica.
El lastre que queda de esa era que termina y el desconocimiento del mundo que nace alimentan el pesimismo social y nos sorprenden en el fondo de la pobreza espiritual y material.