El día martes 14 de octubre en las primeras horas de la noche el presidente Mahuad se presentó ante el país y transmitió la proposición final: o se acepta la propuesta de los Garantes cuyo parecer será vinculante (y tradujo obligatorio para las partes) o quedan únicamente la paz armada y la guerra.
Las palabras sonaron a ultimátum.
Se argumentó que al aceptar tal parecer de los Garantes, tendríamos junto con Perú la posibilidad de obtener grandes recursos financieros y evitar el enfrentamiento bélico.
Los discursos parlamentarios, ante semejante conminación y «la insuficiencia de información, la sospechosa predisposición de la contraparte y los límites legales», se engalanaron de vehemencia y entusiasmo. La mayoría estaba constituida para la ineludible aceptación «del arbitraje» -traducción ecuatoriana del «parecer»- que aportarían los Garantes. En Perú, se entendió como «peritaje jurídico», lo cual se expresó en su resolución. Una premeditada confrontación destinada a la protección de la autoridad de cada una de las partes.
Los Congresos de los dos países acataron bajo diversas condiciones ese «parecer vinculante» y relativizaron su sometimiento, para protegerse de los efectos, gastando palabras polivalentes y ambiguas.
Los Garantes saben que no son ni serán peritos ni árbitros, sino parte de la determinación en que las circunstancias los convierten.
Estamos frente a la superioridad conductora de una potencia que requiere ajustar nuestro consentimiento. Por eso se ha optado por cualquier sendero a condición de alejarnos del vacío en el que ha caído una comprensión impracticable del derecho territorial.
La posibilidad de que los Garantes resuelvan de manera obligatoria los impasses y la demarcación entre Ecuador y Perú es el principio de solución, aunque no satisfaga equitativamente a las partes.
Es importante saber adónde vamos. Este adónde, es más seductor que el espacio bélico que nos ahuyenta con clamorosas fobias o heroicas palabras. Tampoco es suficiente afirmar que buscamos la frontera por las inversiones inmediatas. No se justificarían por esos haberes la pérdida, como inevitablemente se ha leído en Ecuador el resultado de cualquier tratado.
Para Ecuador se abre una renaciente fase en su formación nacional. El país tendrá una frontera entera, reconocible nacional e internacionalmente.
El conflicto más grave aconteció con el Protocolo de Río de Janeiro, sus antecedentes y consecuencias. Significó la mayor mutilación de Ecuador. Aquello sucedía en momentos de desate de la Segunda Guerra Mundial cuando se gestaban hechos que requerirían legitimación. El tiempo reclamó recursos prácticos para conciliar la redistribución de espacios impuestos por esa conflagración. Al terminar la postguerra -con los Acuerdos de Helsinki- quedó definida en Europa una resignada y fresca actitud poblacional y estatal frente al territorio. Surgió una atmósfera, que unida a otros factores, se extendió por el planeta.
Son profundos cambios en nosotros mismos, en los pueblos, en las élites de ambos Estados, en las estructuras de los dos poderes y, en el caso de Ecuador, se suman ideas que no exigen la reconquista de territorios, sino el despegue de potencialidades mas fecundas que las extensiones perdidas.
El dictamen de los Garantes será el addendum final al tratado conclusivo de la invasión del 41, que no terminó con el Protocolo de 1942 ni con la batalla en el Alto Cenepa, sino con este «parecer» al que nos entregamos, sabiendo que es la derrota entera y la superación de un problema sin salida bajo los tradicionales parámetros.
Los grupos autocráticos que han dominado Ecuador son también responsables de haber reducido la herencia fronteriza de la Colonia y de la Independencia a un impasse con el Perú que ha terminado siendo un impasse con la historia. Ahora -nos dicen- se impone renunciar al mito.
Y está bien, todo mito es un acto fallido de la historia. Al resolverlo, superamos una comprensión de nuestra evolución, damos el paso que el presente exige que ya no se circunscribe a la dimensión del territorio, espacio de sus glorias pretéritas. Sin el combate heroico de quienes entregaron su vida o su integridad física, hoy no podríamos consentir y entender todo de manera distinta, y cultivar el mañana, la pasión por el conocimiento que ofrece a los pueblos una cualidad superior, infinitamente creciente.
Para que esto sucediera fue necesaria la supremacía de los Garantes, la fuerza desnuda del Derecho Internacional, la desesperada cohesión del poder que nos conduce, la hegemonía de los renovados intereses de Estados Unidos, el predominio de las circunstancias externas que rodean la disputa de dos subdesarrollados, la ascendencia del reciente curso de la humanidad, la pujanza mayor de su naturaleza, la historia madura.
Y todo resulta menos dramático y menos trágico si distinguimos que no se trata del arbitrio del poder, sino de un nuevo curso en las relaciones del hombre con su marcha. Es un ultimátum de la historia, aunque se exprese a través de la voluntad dirigente, lo cual, además, es lo esperado.
Hoy habría que agregar la paulatina evanescencia de las economías nacionales, la significación de las armas y los ejércitos, los procesos de integración, los roles desconocidos de la soberanía y su concepción, los vínculos emergentes de la sociedad, el Estado y el individuo con el territorio, cuyas funciones se modifican.
El proceso en el que la humanidad ha reiniciado su reorganización en el planeta difiere en mucho de aquel que concluye en este ambiente de jurisdicción y soberanías territoriales y esto vale para la economía, la comunicación, el conocimiento, la cultura, el trabajo, la técnica y la ciencia.
Por esto, el territorio perdido ayer, ya no es el mismo. A fines del XX, ninguna de aquellas disputas engrandece a una nación. Quizás, la recuperación radique justamente en hacer mas fecunda el área que nos toca administrar y extender los brazos al mundo en pos del desarrollo, no con la ficción sino con la protección de la productividad, la capacidad inventiva y la creatividad.
La solución de este problema nos devuelve el presente y nos conduce a rehacer la historia, a no padecer más la herida abierta. Aún podrían haber muchos tropiezos e incluso retrocesos en los que se escuchen las explosiones y los lamentos que las recaídas traen consigo.
Algo se refleja en estas horas, es una cierta y profunda derrota de algunas comprensiones de ayer y la transparencia de la fuerza que nos impone salir de ellas, a pesar de la memoria que las recupera transitoriamente para justificaciones ahora definitivamente agónicas.