Estados Unidos, su discreta crisis política

Espasmos éticos se destacan en los medios y en la ocupación individual y colectiva. Esta tensionante y divertida circunstancia proyecta el éxito de alguna conspiración del fundamentalismo americano hoy mermado ante el resultado electoral del 4 de noviembre. Este frágil pronunciamiento le ha impuesto un alto a sus intenciones y presiona por atenuar la influencia de vacíos procederes formales y creencias marchitas.

El obsesivo encausamiento modelado por el fiscal Kenneth Starr entorno de la felación cuestiona el sistema de ideas de la poderosa élite del Estado norteamericano y de cierta parcialidad oficial que decae.

La embestida de la recalcitrante derecha contra el presidente Clinton es un agujero negro que devora el tiempo de millones de seres humanos, por la cual es posible predecir el fin de un ciclo ideológico. A pesar de que el potencial bélico y la inmensa capacidad científico-técnica y productiva de Estados Unidos impiden avizorar en lo inmediato aquella limitación.

Casi como una ley de la naturaleza, tras el atraso de la moral oficial, que esta vez se exhibe en beatificadas pasarelas, viene el derrumbe, el fin de una época. Sin embargo, a pesar del embelesamiento que reporta esa patología divulgada en infinidad de variadas crónicas y ostentosamente en Internet, no hace mayoría.

El sensacional escándalo concreta lo microscópico de esa casuística y deja entrever la gran frustración del hombre común ante los confines estrechos de esa moral y esa política. No se advierte la sonora carcajada y el desprecio con que se escuchan los afanes del Fiscal, o de una porción del Congreso, al pretender logros por esos medios contra los demócratas. Es obvio, transitan un momento decisivo ante la insolvencia de la morbosidad.

El caso ha tenido matices patéticos: desprestigio, irrespeto, humillación, quebrantamiento de valores, espumada proyección del yo y cierta contracción del nosotros, descrédito de la dirección política, mientras se eleva la abstención electoral, el escepticismo, la apatía, y se hermanan las expectativas en el pragmatismo existencialista.

El decorado va por la incubación paulatina de pobres que lleva un ritmo mayor que el de la producción. El desamparo se vuelve mas sensible entre quienes carecen de apoyos, garantías y seguridades. Miserias «justificadas» porque se trata de inmigrantes, no debidamente legalizados o recientemente llegados.

La crema inquisitorial es la misma que impugna en la inmigración los caminos de sus propias raíces, caminos formativos de la nación americana. Ella ceba todas las discriminaciones, las acciones realizadas contra el castellano, la pretensión de limitar las palabras que suenen en otras lenguas. Demuestra escasa tolerancia a su propia diversidad y está al servicio de supuestos y prejuicios que dejan atrás las grandes ideas de esa nación en los momentos que crecía.

Parecería que Estados Unidos en el plano moral y político ha dejado de espigarse y bordea sus fronteras como a un círculo vicioso.

En una esfera permisiva y humosa, cabalga la ridiculez que hace sonreír también a Carlos Fuentes, quien considera que la acusación contra Clinton, incluso en este escenario, no cabe. Habría bastado que él se niegue a hablar y recordar a Disraelí -célebre conservador, primer Ministro de la Reina Victoria- cuando afirmara que «un caballero siempre sabe cuándo miente y cuándo no miente».

Pero, no fue posible.

Las miradas están cargadas de las inertes imágenes del sexgate que impiden la aproximación a los cambios y conflictos reales. La reflexión ha sido invadida por una forjada ignominia que adormece.

El caso tiene de caso y de Lewinsky solo la exterioridad, en rigor, contiene una discreta y precursora crisis política.

Por ahora, la información reduce la luminosidad de cualquier idea hasta la oscuridad que unifica los comentarios en las tinieblas de la procacidad.


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