Centralización de poder y monopolio político

Las organizaciones DP-PSC se han reencontrado para correr la misma suerte. Sus papeles -de cogobernantes, de gobierno y oposición o de feroces adversarios de ocasión- se reescriben en cada circunstancia. Unidad de «contrarios» enraizada en el ámbito crítico del presente.

La decadencia empeora por la sostenida recesión y el alejamiento político de demandas productivas y sociales, y por su estrecha subordinación a las nociones financieras y tributarias de la especulación.

Se añaden las consecuencias de El Niño, la crisis internacional, el cierre de mercados que, entre otros dramas, «provocan» evidencias de iliquidez, insolvencia o quiebra del sistema financiero. Momentos desgraciados de la economía que podrían conformar la oportunidad de monopolizar el poder político.

El país no solo está dividido horizontalmente, asimismo está roto verticalmente. Elevadas sombras marchan hacia la forzosa centralización bancaria, la concentración de poder y el monopolio político. Su espectáculo exhibe la inmadura confrontación de grupos en conflicto, oculta en la inconciencia de la crema social.

Esto involucra el desliz presidencial que «promocionó» la iliquidez bancaria y convocó «involuntariamente» al pánico respecto del Filanbanco, el lunes 23 de noviembre. Además, asustan los tratamientos y soluciones del conflicto. Tangencialmente, la disputa no oculta su creciente influencia sobre los medios de comunicación colectiva.

La creación de la Agencia de Garantías de Depósitos desató reacciones encontradas. El simplismo lleva a preguntar, por qué oponerse a garantizar depósitos. Y la respuesta es una sola, porque es otro factor del oculto manejo centralizador de la economía y de la monopolización política. Esto desborda la alianza demo-social-cristiana que pronto puede saltar pulverizada frente al «correcaminos» que incuba.

León Febres Cordero apunta a la esencia del conflicto. Aunque él se expresa de manera errónea y se enclaustra en criterios regionales (los serranos están absorbiendo el control de los bancos costeños, fórmula que podría haber sido usada por razones políticas con cierta eficacia), la centralización que vislumbra es real, a pesar de su Partido fascinado por triunfos banales.

El estremecimiento, de distintas fuerzas sociales, da cuenta de esa tendencia que supera el voluntarismo. Aquí, las élites sienten que está en juego su destino. Y en la epidermis del problema se ubican las exclamaciones: los bancos deben manejar bien la plata, no han de arriesgar el dinero de los otros, tenemos que sanear el sistema, el salvataje no es (o sí es) adecuado, no hay que nacionalizar las pérdidas.

El desacuerdo inamistoso de las élites se atrinchera. Uno, el aparato tradicional ligado a la producción, la exportación y la banca y, otro, el aparato especulativo financiero y de políticos enriquecidos que poseen la influencia mayor en el Estado y en las rentables recesión, inflación, flotación monetaria y más.

Esa disputa sin perfiles nítidos no trasluce modernización, tecnificación ni transformación del Estado.

Todas las parcelas de la economía y la política son campos de advertencias. El cambio del sistema tributario por el impuesto transferible del 1% es, a mediano plazo, recesivo e inflacionario. Este impuesto no diferencia dinero de capital, ni ganancia de limosna, ni salario de renta, ni deuda de acreencia. Por este camino no transitarán capitales de inversión productiva.

Se opta por el endeudamiento. Los prestamistas se presentan arrullados por ruegos de morosos e insolventes. Ellos existen para la usura y la venta de simulaciones técnicas. A veces se resisten para conseguir más garantías. Sin embargo, obtener más deuda siempre es fácil, pero atraer inversión productiva, muy difícil. Así, cada gobierno somete a su frente económico a un postgrado por correspondencia en los organismos económicos internacionales. Y sin embargo, ahora, después de tantas décadas, el instinto empresarial productivo, bancario y financiero ofrece resistencia a esa tradicional política económica y percibe que no es solo un problema de balances ni de iliquidez, sino la emergente unidad que posee la economía y la política, predestinada esta vez al monopolio político.

La alianza DP-PSC y la vida de cada uno de estos partidos ha ingresado a un espacio de decisiones irreversibles donde puede ser desplazada como la cáscara que da paso a su engendro.

El poder es terriblemente peligroso si no encuentra contrapreso en el derecho, la conciencia y la fuerza de la sociedad. La diferenciación social entre la riqueza concentrada y la miseria generalizada es profunda. Las masas desinformadas, impotentes, anuladas,aún consideran natural la violencia y su propia condición. Están dominadas por nociones que les permiten ver milagros en todas partes, pero no la realidad.

La colectividad mira estupefacta el paulatino encadenamiento de la violencia económica con la violencia represiva. Mientras se publicita la sistemática adhesión de la mayoría a todo lo que dice el gobierno.