La agonía del sucre

El sucre ya no forma parte de los factores del desarrollo, es el féretro múltiple de una política despedazada. No es, siquiera, ese instrumento de convergencia que fue al constituirse en moneda nacional. Hoy aparece lento en su andar. Se arrastra. Y solo interesa parcialmente. El dólar y otros quehaceres le han substituido en diversas instancias de la circulación. Todas las turbulencias financieras juegan contra el sucre, nada le beneficia, menos aún en la esfera internacional.

Su espectro llegó a ser espeluznante, signo de la extensa desvalorización que invade a Ecuador. Los capitales cuando vienen, crecen y se van. Si no, simplemente huyen.

El sucre pretendió ser moneda autónoma, sueño que nunca logró. Existe sometido a la voracidad mezquina de una fuerza decadente. El sucre se desmigaja para remunerar el trabajo de la población sumergida. Moneda despojada de credibilidad y entregada permanentemente a devaluaciones que simulan financiar déficits estatales, mientras abaratan a los ecuatorianos medios, asalariados y del fondo.

Moneda disecada para remuneraciones fijas, limosnas y desates inflacionarios con fines especulativos, ni siquiera aprovecha la devaluación -como alguna vez pensó la teoría- para obtener recursos transitorios destinados a la salida de las crisis cíclicas.

Históricamente, el sucre caduca junto con la mentalidad que lo gobierna. Está enancado en la patología voluntarista que subyuga con obsesiva recurrencia a los técnicos encargados de su manejo.

El sucre no ve la luz, sino la noche de su existencia. No es condición para el crecimiento sostenido ni para el incremento de la ocupación, sirve exclusivamente para la manipulación de altas tasas de interés e inflaciones máximas. Mientras la Unión Europea se fija una inflación del 2% anual; acá, según las cifras oficiales, la inflación alcanza el 50% y de hecho, la real supera el 100%.

El sucre está subordinado a circunstancias. No tiene nexos con la estrategia de la política que conduce al Estado, porque carece de ella. Durante los últimos 20 años, la continuidad del subdesarrollo se convirtió en la subrepticia política de Estado, así las tácticas se proclamaron a granel, y se involucró al sucre en todas ellas para alimentar un aparato financiero que también devaluó y devalúa su política.

El sucre, bajo su actual forma de existencia -débil, frágil e inestable-, resta influencia al Ecuador en su círculo exterior inmediato y lo excluye de toda consideración internacional. Lo aísla. Además, el sucre está terriblemente afectado por arbitrarios tributos a su circulación, obstáculos recientes a las transacciones, cuyas violentas recaudaciones de ocasión, con el fin de obtener recursos fáciles y rápidos, se realizan a costa de la producción, el desarrollo y el crecimiento, y lo que es más, de la conciencia social sobre las reales demandas de la economía.

El sucre es en esencia el espejo del poder que lo ha manejado. Sintetiza sus desechos y su obra máxima. A través de él podemos reconocer al aparato especulativo que manipula el Estado.

Se ha perdido toda esperanza respecto de la moneda. Queda la certeza de su agonía. Ecuador tendrá que adoptar una política monetaria distinta desde nuevos intereses en la dirección del Estado.

El sucre, como moneda nacional, fue realidad de un instante y se convirtió en premeditada ilusión y muro de lamentos. Su decadencia es -y refleja- la de la sociedad y el Estado.

Con la agonía del sucre deambulan millones de seres moribundos.

Justamente, este sucre agónico representa al poder y su espectacular presencia.


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